VIAJE A NARNIA 2025
Este año nuestro viaje a Narnia trae muchas novedades. Lo celebraremos en una nueva ciudad, en Leganés. Y en esta ocasión vamos a tener un libro completamente nuevo, escrito para la ocasión y que nos va a convertir a todos en protagonistas de esta aventura. Se titula ‘La biblioteca de los libros prohibidos’ y está ambientado en el momento en el que la Bruja Blanca ejercía su reinado sobre el mundo de Narnia, en pleno invierno de los cien años.
En esta página web podrás ir leyendo los capítulos de esta nueva aventura.
NOVEDADES EN VIAJE A NARNIA 2025
ESTE AÑO NOS VISITA EL NUNCIO APOSTÓLICO
ESTE AÑO EN VAIJE A NARNIA CONTAREMOS CON LA VISITA DEL NUNCIO APOSTÓLICO
MONS. BERNARDITO C. AUZA
GEN VERDE Y UNAI QUIROI EN CONCIERTO EN NARNIA
GEN VERDE

CANCIONES DE UNAI QUIRÓS

Será un momento genial, un auténtico canto de paz con toda la plaza radiante con nuestras camisetas blancas. Vamos a prepararlo bien.
En estos miniconciertos cantará estas otras canciones que podéis también escuchar previamente con vuestros alumnos.
TALLERES, TESTIMONIOS, JUEGOS Y MUCHO MÁS EN NARNIA 2025
Viaje a Narnia contará este año con un montón de actividades diferentes.
La gran Gymkhana con las historias de la Biblia en el parque de los frailes, o los impactantes testimonio de cristianos perseguidos, de Joaquín Echeverría, el padre del héroe del monopatín que luchó contra los terroristas en Londres con su monopatín como única arma, o el testimonio de D. José María Avendaño, obispo auxiliar de Getafe, que ha trabajado siempre con los más desfavorecidos de la población.
Y, como siempre, mucha música y alegría durante todo el día. Una jornada llena de emociones inolvidables.

VIAJE A NARNIA 2025
Este año nuestro viaje a Narnia trae muchas novedades. Lo celebraremos en una nueva ciudad, en Leganés. Y en esta ocasión vamos a tener un libro completamente nuevo, escrito para la ocasión y que nos va a convertir a todos en protagonistas de esta aventura. Se titula ‘La biblioteca de los libros prohibidos’ y está ambientado en el momento en el que la Bruja Blanca ejercía su reinado sobre el mundo de Narnia, en pleno invierno de los cien años.
En esta página web podrás ir leyendo los capítulos de esta nueva aventura.

Cartel Viaje a Narnia 2025

Camiseta Viaje a Narnia 2025
VIAJE A NARNIA
LAS CRÓNICAS DE NARNIA, NUEVO LIBRO Y NUEVA AVENTURA EN VIAJE A NARNIA
LA BIBLIOTECA DE LOS LIBROS PROHIBIDOS
Desde aquí podrás ir leyendo los capítulos nuevos que se van a desarrollar en esta nueva aventura de 2025.
Capítulo 1 - REBELIÓN EN EL REINO HELADO
Esta historia ocurrió en el tiempo en que Narnia era gobernada por la Bruja Blanca. Faltaban todavía muchos años para que llegasen a la tierra de Aslan los dos hijos de Adán y las dos hijas de Eva que la rescatarían de su tiránico dominio. Ya sabéis, los cuatro hermanos Pevency. Cuando tuvo lugar esta historia toda la tierra estaba todavía dominada por la Reina Jadis que había llegado del mundo de Charm y se había convertido en la Bruja Blanca, temida y odiada por todos los habitantes de Narnia.
– Majestad -se dirigió reverentemente a la Bruja Blanca Dunkin, uno de los enanos que estaba a su servicio-, su trineo está listo.
Jadis miró con frialdad al fiel lacayo y esbozó una sonrisa lo más parecida a la amabilidad que una bruja es capaz de dibujar. Pero inmediatamente captó que lo que expresaba no era amabilidad, sino una perversa alegría. Ese tipo de alegría que se siente cuando se está a punto de dar la estocada final a un enemigo al que se lleva cientos de años odiando.
Solo entonces el enano Dunkin cayó en la cuenta de que la Bruja no estaba sola. En el suelo, de rodillas ante su reina, estaba un lobo que, a pesar de su ferocidad, apenas se atrevía a mirar a los ojos a la Bruja.
– ¡O sea que habéis encontrado a ese maldito líder de la revuelta! -exclamó al fin la bruja-.
El lobo levantó la cabeza esperando ver en los ojos de la bruja un atisbo de aprobación, pero cuando se fijaron en él su mirada seguía fría como el hielo.
– Pero has tardado demasiado. Puse a tu disposición todos los agentes que eran necesarios y aun así, habéis tardado más de un año en encontrarlo. Y durante este tiempo la rebelión ha ido ganando adeptos entre los animales parlantes de Narnia. Habéis perdido un tiempo precioso que puede ser letal para mi reinado.
El lobo alzó la mirada para pronunciar unas palabras. Quería decirle que habían hecho todo lo posible, que habían movilizado a todos los lobos y demás bestias de caza, que los secuaces de la rebelión preferían morir antes que decir el nombre de su líder, que siguieron mil pistas falsas que les habían dejado para despistarles, que … Quería explicarle porque habían tardado tanto tiempo en apresar a ese maldito fauno que había soliviantado a los habitantes de Narnia contra su Reina. Pero cuando alzó la cabeza solo vio la vara de mando de la soberana y sintió una descarga que le traspasaba el cuerpo y congelaba el alma.
Dunkin, el enano, vio al lobo transformado en una estatua por la bruja y entendió cuál sería el destino de aquel que fallase a la reina Jadis: pasar a formar parte del tétrico jardín de esculturas vivientes con el que la reina de Narnia decoraba su palacio helado.
– Dunkin, ¡vamos a dar una vuelta con el trineo! Prepara a los osos polares más veloces que encuentres.
Capítulo 2 - CERCANDO AL ENEMIGO
Los osos polares tiraban del trineo en el que viajaban Jadis y el enano Dunkin, el más fiel de los servidores de la Bruja Blanca, con una velocidad infernal. Era como si los osos sintiesen sobre sí el peso de todo el mal del mundo e intentasen huir de él, aumentando su velocidad. No hacía falta ningún látigo que les golpease para recordarles que debían correr. La simple presencia de la bruja, señora del invierno y de las nieves, les aguijoneaba para que no parasen.
La mañana había sido ajetreada en el palacio hielo de la Bruja Blanca. Había que organizar a los mejores guerreros para apresar a ese traidor. Cuervos negros volaron de un confín a otro del reino convocando a sus más fieles aliados. Debían hacerlo con rapidez y sigilo, pues no se sabe nunca si entre tus tropas hay algún espía que pueda pasar aviso a los enemigos y entonces todo el esfuerzo sería inútil. Lo que sería todavía peor. Porque si ese maldito fauno conseguía huir, su fama de guerrero invencible seguiría creciendo y eso alentaría a otros a unirse a su lucha.
El viaje estuvo constantemente interrumpido por los alados mensajeros que llevaban y traían noticias de uno y otro lado. Esos cuervos posteriormente devolvían las órdenes de la Bruja Blanca para coordinar el ataque definitivo. Con el último graznido de un gran cuervo negro se dibujó una malvada sonrisa en el gélido rostro de la reina de Narnia.
– ¡Rápido, Dunkin! – ordenó la Bruja – Vamos al valle del farol. Es ahí donde se esconde esa sabandija.
Subieron serpenteando una cuesta hasta llegar a un altozano desde donde se divisaba el valle al fondo, cubierto de una capa densa de nieve. Era un blanco inmaculado, con una nieve que amortiguaba cualquier sonido. Cuando el trineo de la bruja se paró en el alto que dividía los dos valles y contempló el valle del farol el silencio resultaba inquietante.
Jadis miró a lo lejos y con su penetrante mirada descubrió en lugares diversos, agazapados y silenciosos, algunos de sus mejores guerreros. Todos habían sido convenientemente convocados para este golpe de gracia que ella no quería perderse. Allí en el valle, en algún lugar bajo la densa capa de nieve, se encontraba escondido ese maldito fauno que tanto daño le estaba causando. Por suerte no tardarían en dar con él y desarticular así ese conato de revuelta tan ridículo como peligroso.
– ¿Qué es aquello que se mueve, cerca del farol? – observó uno de los orcos que acompañaban a la Bruja, señalando en dirección sur -. Parece una criatura narniana.
La Bruja Blanca miró hacia el lugar donde indicaba el orco. Pudo ver lo que sin duda era un fauno. Pero no era el que estaban buscando. Este era apenas una cría. No tendría más de diez años. Se movía juguetón y despreocupado, ajeno a la cantidad de peligros que le circundaban. Jadis se dirigió a un cuervo que revoloteaba alrededor y que se había posado sobre su trineo. Le susurró algo al oído y, acto seguido, el cuervo salió volando en la dirección en la que se encontraba el joven fauno.
El cuervo comenzó a dar vueltas en el cielo circundando al fauno y lanzando pequeños graznidos. Era la señal para que los espías no le tocasen ni saliesen de su guarida. Todos sabían que el fauno jefe de la revuelta estaba en este valle, pero tenían que averiguar el sitio exacto. Y sin duda este había sido un golpe de suerte. El gran traidor no podía estar muy lejos, si ese jovencillo estaba por ahí. Donde está el hijo estará el padre. Sin saberlo la ingenua criatura les guiaría hasta su guarida.
El centro del círculo que dibujaba el cuervo en el cielo marcaba el lugar exacto en el que se encontraba la criatura en la tierra. Esa era la señal convenida. No tenían que arriesgar nada. Los soldados de la bruja, las hienas y los lobos, solo tenían que mirar al cielo para saber hacia donde tenían que dirigir sus pasos silenciosos. Y así, poco a poco, sigilosamente, todos los esbirros de la Bruja se acercaban y cercaban a la inocente criatura que nada presumía del mal que se abalanzaba sobre ella y su familia.
El joven fauno se acercó a un gran roble, antiguo como la misma Narnia, y golpeó en un costado, como si llamase a una puerta. Y efectivamente, imposible de descubrir, pues solo se podía abrir desde dentro, un hueco se entreabrió en el grueso tronco y dos manos se abalanzaron sobre el muchacho y le empujaron dentro. En breves segundos el muchacho había desaparecido y el mismo cuervo que revoloteaba alrededor no podría decir cómo había sucedido, pues la copa del viejo árbol ocultó a su vista el lugar por dónde había huido el joven fauno.
El cuervo bajó y se posó en las ramas del roble. Y como un murmullo apagado, del que no podía distinguir las palabras ni su significado, como un crujir nacido de las entrañas del mismo árbol, le llegó un sonido lejano.
– ¡Maldita sea, Tumnus, hijo mío! ¿No te he dicho mil veces que no salgas sin avisar? Es muy peligroso. ¿No te quieres enterar de que estamos en una guerra?
Cuando llegaron los lobos, las hienas, los orcos no pudieron encontrar nada en aquel lugar. Solo el viejo árbol solitario y mudo. Olisquearon en silencio, intentando encontrar una pista. Pero el olor del fauno llegaba hasta ese lugar, hasta el viejo roble, y luego desaparecía, como si se lo hubiese tragado la tierra. Y por más que merodearon alrededor no lograron encontrar nada. Mientras tanto, el cuervo había volado hacia la Bruja Blanca para contarle lo ocurrido. Cuando ella llegó al árbol y bajó de su trineo, miró el viejo roble con desprecio. Se acercó y con una mano gélida lo acarició.
– ¡Bien, bien! Sé que tú les estás ocultando, aunque no sé dónde ni cómo. Pero ninguna forma de vida, tampoco los árboles como tú, por viejos y poderosos que seáis, estáis fuera de mi dominio.
Un susurro de ramas estremeció el aire. Nadie podría decir si era un mensaje de alerta que el viejo roble lanzaban a alguien o simplemente se trataba de una ráfaga de viento helado. Entonces la voz potente de Jadis ordenó a los orcos que habían llegado con hachas y antorchas:
– ¡Cortadlo de raíz! Encontraremos a ese traidor, aunque tengamos que abrir la tierra hasta sus mismas entrañas.
Capítulo 3 - LIBROS PELIGROSOS
Rápidamente llegaron los orcos con sus hachas y comenzaron a cortar el tronco desde la raíz. Cada golpe era como un latigazo en el cuerpo del viejo roble que parecía desangrarse poco a poco. Pero su anciana corteza resistía con firmeza. Pareciera como si quisiera darle tiempo a alguien para que huyese de aquel lugar.
No tardaron mucho en derribarlo, pues el ejército de orcos que blandían sus hachas contra el roble era vigilado directamente por la fría mirada de la Bruja que se clavaba en ellos y los animaba a echar abajo el árbol. Mientras unos golpeaban con sus hachas con ferocidad, otros orcos ataban cuerdas a las ramas y tiraban del árbol para acelerar su caída. Fue cuestión de poco tiempo el que, con un terrible estruendo y un crujir que parecía un grito de agonía y muerte, el viejo roble cayese al suelo y dejase ver una gran cavidad en su interior. El árbol estaba, efectivamente hueco y por su interior se accedía a un pasadizo.
– ¡Entrad y atrapad a todos los que encontréis! – gritó la Bruja Blanca- ¡Necesito que estén vivos! No me sirven para nada muertos.
Unos veinte orcos se abalanzaron sobre la gruta con antorchas y espadas en las manos. Y lo que parecía ser una simple cueva acabó siendo un largo túnel que nadie sabía a dónde conducía.
– ¡Maldita sea! – pensó la Bruja Blanca- Han debido tardar años en construir estos túneles y no nos hemos dado cuenta. Lo han hecho delante de nuestras propias narices. Y si han construido esto… ¡¿qué más han podido hacer?! ¿A cuántos seguidores habrán seducido? ¿De qué armas habrán hecho acopio? ¿Cómo será de grande su ejército?
Cien metros más allá del viejo roble caído, por una cueva natural de la que salía un riachuelo, aparecieron en la superficie los orcos que se habían adentrado en la cueva. Volvieron rápidamente al lugar donde se encontraba la Bruja Blanca y el viejo roble caído. Con un nudo en la garganta y mirada en el suelo se dirigieron a su reina.
– Majestad, no hemos encontrado nada. Han debido huir.
– ¡¿Huir?! – gritó la Bruja con desesperación y una fuerza que se podía oír en todo el valle – ¡¿Se os han escapado una vez más?! Ese joven fauno no ha podido esfumarse como la niebla. Y seguro que no estaba solo. ¡Revisad la cueva de arriba abajo! ¡Removed hasta la última de las piedras!
– Es posible -sugirió Dunkin- que hayan escapado por alguno de los túneles y que estén ya muy lejos.
Esta vez la propia Bruja Blanca entró en la cueva. Era estrecha al inicio, pero luego se abría a una estancia más amplia. Esa estancia era un gran salón central con pequeños agujeros que daban a la superficie, lo que permitía que llegase aire fresco y algo de luz natural. En realidad, este gran salón era un distribuidor de salas y pasillos. Cinco túneles se abrían desde ese salón en todas las direcciones. El conjunto de túneles era un auténtico laberinto. Y podía ser una trampa si hubiese enemigos en alguno de ellos. Algo que no era descartable.
Jadis hizo que los orcos revisasen cada uno de los pasadizos y salas, buscando al fauno y a su hijo, o cualquier pista que le condujese a ellos. Uno de los pasillos era el que llegaba hasta el riachuelo por el que habían aparecido los orcos en su primera búsqueda. Otro más largo conducía hacia el pie de las montañas. Y otro acababa en una auténtica casa, que se notaba que había estado habitada y que había sido abandonada recientemente, pues en la despensa de una rudimentaria cocina todavía podía encontrarse comida fresca.
La bruja se adentró en la que, sin duda, había sido la casa del fauno. Su mirada inquisitiva se fijaba en cada detalle de la estancia. En un momento dado vio en una estantería unos libros que le llamaron la atención. Se acercó a ellos con una antorcha para poder ver su contenido. Había libros de todo tipo. Tenían títulos como Vida y cartas de Sileno o Ninfas y sus costumbres u Hombres, monjes y salvabosques; Un estudio de la leyenda popular o ¿Es el ser humano un mito? Eran libros típicos de mitología narniana. Pero entre ellos encontró un par de títulos que le llamaron especialmente la atención. El origen de Narnia y Sobre las leyes de Narnia dictadas por Aslan. Un escalofrío recorrió su cuerpo al ver el nombre del gran león. Ella deseaba que el recuerdo de su gran enemigo se perdiese en la sombra de los tiempos. Y sin embargo ahí estaba, perpetuado en esos libros peligrosos.
La Bruja Blanca tomó entre sus manos el libro El origen de Narnia y lo ojeó. Un sudor frío y un inmenso desprecio se podían ver en su rostro según leía en voz baja los acontecimientos que se narraban en él. Se notaba que se ponía espacialmente nerviosa cuando se nombraba a Aslan y cuando aparecía su propio nombre, como reina Jadis. Porque en ese libro ella aparecía como un personaje más que llegaba a este mundo en el momento en el que Aslan creaba Narnia con su música. Ojeando rápidamente pudo comprobar que se narraba cómo ella venía del antiguo mundo de Charm y del mundo de los humanos. ¿Quién había osado contar su origen e historia a todos los habitantes de Narnia? Una profunda ira brilló en sus ojos.
De repente se dio cuenta de que los orcos y el enano Dunkin la estaban observando y cerró el libro con determinación. Tuvo miedo de que alguno de sus secuaces pudiese haber percibido sus sentimientos y reaccionó con furia.
– ¡Coged todos esos libros! -gritó de forma que todo el mundo pudiese escucharlo- ¡Quemad el resto de lo que hay en esta estancia! ¡¡Inútiles!! Estamos perdiendo un tiempo precioso. A estas horas ya deben estar muy lejos. ¡Vámonos de aquí! ¡Volvemos al castillo!
Salieron todos de la cueva y los orcos hicieron tal como había ordenado la bruja. Tomaron todos los libros y los metieron en un saco. Y luego, con las antorchas incendiaron la cueva que empezó a arder rápidamente porque los muebles eran de madera y mucho de los túneles estaban sostenidos con vigas de árboles. Las llamas no tardaron en propagarse por los túneles y hacia la superficie, por los agujeros hechos para que llegase el aire y la luz.
Cuando la Bruja Blanca recorrió de nuevo con su trineo el camino que llevaba al altozano desde el que se divisaba el valle era ya una hora cercana al anochecer. Desde allí podía divisar el humo y fuego que salía por todos los orificios de los túneles y cavernas donde se escondía el fauno. Como regueros de fuego que partían del lugar donde estaba el viejo roble caído, el fuego se extendía por el valle en todas las direcciones. Jadis paró su trineo un momento y contempló el fuego con una sonrisa malévola.
– ¡Deteneos! -ordenó- Ahora que creen que nos hemos ido es solo cuestión de tiempo que ese maldito fauno salga de su escondrijo.
Capítulo 4 - LA IRA DE LA BRUJA BLANCA
Durante ocho horas nadie se atrevió a hacer nada. Jadis parecía una estatua de hielo que miraba el horizonte sin apenas moverse. Solo de vez en cuando un cuervo se posaba en su hombro y le susurraba al oído los movimientos en cada uno de los límites del valle. Jadis había tenido la precaución de poner vigilancia en cada rincón de aquel valle en el que sabía que se encontraba el maldito fauno que lideraba la revuelta. Estaba segura de que no había escapado de aquel lugar. Solamente había una posibilidad. Que permaneciese bajo tierra en los túneles con su hijo y quizás con algunos secuaces más. Era probable que hubiesen construido escondrijos para un caso de emergencia. Pero, tarde o temprano, tendrían que salir si no querían morir de hambre y sed encerrados en esa cueva.
El cuervo negro salió volando en dirección sur y se posó en el antiguo farol que Jadis arrancó en Inglaterra y arrojó a la tierra en los orígenes de Narnia. Su luz continuaba encendida desde aquel momento primigenio, iluminando misteriosamente el amanecer. La nieve lo cubría todo con un manto de silencio y el graznido del cuervo sonaba especialmente inquietante.
Con las primeras luces de la mañana apareció al fin la silueta esperada del fauno, justo en el lugar donde había estado el viejo roble, que ahora yacía derrotado. Por un momento el fauno se paró y parecía como si se acercase a él y lo acariciase. Jadis lo vio con claridad desde el altozano. Su corazón empezó a latir aceleradamente. Sabía que tenía que esperar todavía un poco más a que saliesen todos los que se habían escondido en los túneles. Fue cuestión de poco tiempo. Por fin de entre los restos del roble surgió la cabecita del fauno pequeño, sin duda el hijo del traidor revolucionario.
Poco a poco, como si se tratase de una gigantesca partida de ajedrez en la que los lobos y los orcos fuesen las piezas macabras, Jadis movió sus ejércitos cercando a los dos faunos que, sigilosos, huían de aquel lugar. Entonces, ante una orden imperceptible de Jadis los lobos empezaron a aullar con fuerza.
¡¡Lobos!! -exclamó sobresaltado el fauno- ¡Nos han encontrado!
¡Tengo miedo, papá! -gimió su hijo-.
Mi pequeño Tumnus, hijo mío, -le dijo el gran fauno con una mirada a la vez seria y llena de ternura- no temas. ¿No estoy yo aquí contigo?
Los dos faunos, padre e hijo, echaron a correr huyendo de los lobos en la dirección opuesta a la que se oían los aullidos. Aunque los faunos no lo sabían. todo este movimiento estaba controlado por la Bruja Blanca que observaba divertida la jugada y había ordenado a los lobos que cercasen a sus presas y les dirigiesen hacia el altozano donde estaba ella. Y así, desde su altura, pudo ver cómo los dos faunos huían subiendo la serpenteante cuesta que ascendía desde el valle. Jadis sonrió. Era un jaque mate inevitable que los llevaba a encontrarse con la muerte.
Cuando el señor Ornius -que así se llamaba el padre de Tumnus- llegó a la cima y pensaba estar ya fuera de peligro se encontró con un ejército de orcos que flanqueaban la esbelta figura de la reina Jadis. El silencio, que hasta entonces todos habían guardado, se rompió con un gélido saludo que rompió el corazón del fauno.
Al fin nos vemos. Llevaba años esperando este momento.
Al señor Ornius se le heló la sangre al encontrarse con la reina Jadis cara a cara, pero le mantuvo la mirada, lo cual enervó más a la Bruja Blanca, que no estaba acostumbrada a que nadie le mirase de igual a igual. Estuvo a punto de convertirlo fulminantemente en una estatua de piedra, pero no se dejó llevar por su rabia y decidió que merecía disfrutar más lentamente de su victoria. Entonces se fijó en el pequeño fauno, que se pegaba a su padre temblando de miedo.
No estás siendo un buen ejemplo para tu hijo, Ornius -le dijo la bruja con un sonrisa malvada -. ¿Cómo te llamas, jovenzuelo?
¡Tumnus! – contestó el joven fauno a la bruja, queriendo imitar el coraje que veía en su padre- ¡Y como le hagas algo a mi padre te vas a enterar!
¿De verdad? – contestó la bruja divertida- ¿Qué me harías?
El señor Ornius miró a su hijo y el pequeño Tumnus entendió que tendría que haberse callado. Pero ya era demasiado tarde. En un arrebato de ira demasiado tiempo contenida, Jadis, la Bruja Blanca, la reina de Narnia, alzó la voz y rasgó el silencio que se había generado a su alrededor.
¿Qué me harías, jovencito, -dijo la bruja mirando a un gran orco que había a su lado haciéndole entender que le estaba dando una orden- si hago que a tu padre le corten la cola y los cuernos y le arranquen la barba?
Ornius lanzó una última mirada alrededor, como esperando encontrar ayuda desesperadamente. Sus ojos se cruzaron con los del enano Dunkin, que le miró fríamente sin inmutarse. Al fin, el enano dio un suspiro, miró al fauno a los ojos y simplemente dijo:
¡Haced lo que ella ha dicho!
Varios orcos se abalanzaron sobre el señor Ornius y agarrándole de las piernas y las manos hicieron tal como su reina les había ordenado. Y conteniendo un grito de dolor, para que su hijo no sufriese, sintió cómo le arrancaban la barba a tirones, le cortaban los cuernos y la cola para humillarlo y lo dejaban tirado en el suelo.
Y entonces la bruja agitó su varita y lanzó un sortilegio sobre las hermosas pezuñas heridas del fauno y las convirtió en horrorosos cascos compactos, como los de un miserable caballo. Todos los orcos se echaron a reír al contemplar al fauno con esas pezuñas sobre las que apenas podía mantenerse en pie.
Entonces, con todo el odio que había contenido durante tanto tiempo, Jadis alzó finalmente su varita y lo convirtió en una estatua de piedra. Ni muerto ni vivo. Hechizado de tal forma que no se podría mover jamás, el señor Ornius quedó como congelado, esperando que la clemencia de Alguien le devolviese de nuevo a la vida. Una clemencia que jamás llegaría.
Todos se quedaron mirando a la estatua y sintieron temor a que algún día les pudiese ocurrir a ellos algo parecido.
¡Cogedla! La llevaremos hasta mi casa, el palacio de hielo. Me servirá para decorar el patio de armas. Y para recordar a todos los que lo vean quién es la única reina de Narnia.
Entonces Jadis fijó su mirada en el pequeño Tumnus.
¿Qué es lo que me ibas a hacer si le hacía algo a tu padre, pequeño? – le dijo tras un momento de silencio con una mirada impasible-. Espero que recuerdes lo que has visto. Yo no me olvidaré jamás de ti, Tumnus. Te aseguro que tengo buena memoria y que la próxima vez que nos veamos no seré tan benévola contigo como en esta ocasión.
Y subiendo en su trineo la Bruja Blanca le dio orden a su fiel servidor, el enano Dunkin, de ir a su castillo. Los osos polares que tiraban del carruaje se pusieron inmediatamente en marcha y adquirieron pronto tal velocidad que al ejército de orcos que acompañaban a la reina Jadis le resultó difícil seguirlos. Y al fin, en pocos minutos, no había de ellos más rastro que las huellas en la nieve del trineo y de cientos de pisadas.
Y solo, en el suelo llorando, se quedó el pobre Tumnus.
Capítulo 5 - EL ORIGEN DE NARNIA
Cuando la Bruja Blanca llegó a su castillo de hielo lo primero que hizo fue colocar la estatua del señor Ornius, el padre de Tumnus, en la entrada de su palacio. Quería que todo el mundo supiese lo que les ocurriría a quienes intentasen revelarse contra su poder. Lo hizo sin prisas, regodeándose en ese momento de triunfo. Pero en verdad su corazón palpitaba con fuerza esperando el instante en que pudiese quedarse a solas con los libros que había cogido de la estantería del fauno.
Ordenó que llevasen todos los libros a su estancia privada, la habitación más alta del castillo. Cuando al fin se quedó a solas en su gran dormitorio, se dirigió a la mesa y buscó entre todos los libros aquellos que hacían referencia a la historia de Narnia, los que tenían el título de Las Crónicas de Narnia.
Tomó el libro El origen de Narnia, que había ojeado por primera vez en la cueva y había descubierto que hablaba de ella misma. Ese libro era el que más le inquietaba e indignaba a la vez. ¿Quién se habría atrevido a contar su historia sin su permiso? Con un rictus de rabia en su rostro abrió de nuevo el libro y comenzó a leer desde la primera página con detenimiento. En el propio título describía el tema sobre el que trataba el libro.
Primer libro de Las Crónicas de Narnia. Sobre el origen y creación de Narnia, por Aslan, rey del bosque, hijo del gran Emperador de Allende los Mares
¿Qué le iban a decir a ella del origen de Narnia? Antes de que esta tierra fuese creada, ella ya existía. Antes de que este mundo naciese, ella había viajado por varios mundos y había vivido durante siglos. Antes de que la luz llegase a Narnia, ella había visto nacer y morir soles y civilizaciones. Jadis era la única reina de Narnia. Aunque bien sabía la bruja que ella no era la creadora de este mundo, que no había creado ninguno de los mundos. Sabía que ella no era capaz de crear. Quizás por eso se había especializado en destruir.
Sumergida en estos pensamientos Jadis siguió leyendo, con curiosidad y una profunda envidia, cómo Aslan había creado el mundo.
Narnia, Narnia, Narnia, despierta. Ama. Piensa. Habla. Sed Árboles Andantes. Sed Bestias Parlantes. Sed Aguas Divinas. Criaturas, os doy vuestro ser -dijo la voz potente y alegre de Aslan-. Os entrego para siempre este país de Narnia. Os doy los bosques, las frutas, los ríos. Os doy las estrellas y me entrego yo mismo a vosotros. Las criaturas mudas que no he elegido también os pertenecen. Tratadlas con cariño y amadlas, pero no volváis a comportaros como ellas, no sea que dejéis de ser Bestias Parlantes. Pues provenís de ellas y a ellas podéis regresar. No lo hagáis.
Una súbita cólera se adueñó de la bruja. Si alguien leía este libro realmente pensaría que Aslan les había entregado el país de Narnia a las Bestias Parlantes y podrían reclamarlo como suyo. ¡Eso sería lo último! Este libro era más peligroso de lo que la Bruja Blanca se había atrevido a pensar. Ahí estaba la causa de la rebelión que estaba teniendo lugar. Pero, a la vez que una profunda ira se adueñaba de ella, sintió un chispazo de perversa alegría.
– Está claro, Aslan, que tú eres y serás mi enemigo por toda la eternidad. Gracias por revelarme el camino que tengo que seguir para acabar con tu reino. Haré que todas las Bestias Parlantes se comporten como auténticos animales, que se embrutezcan y así dejen de poder hablar, vuelvan a ser animales sin alma. Ahora sé que el mejor camino para destruir a Aslan será siempre corromper su obra.
Jadis siguió leyendo el libro, fijándose en uno y en otro pasaje. Especialmente buscaba aquellos que hacían referencia a ella misma. Encontró una primera mención en el momento en que Aslan nombró a los primeros reyes de Narnia.
Hijos míos -dijo Aslan- seréis el primer rey y la primera reina de Narnia. Gobernaréis y pondréis nombre a todas estas criaturas y haréis justicia entre ellas. También las protegeréis de sus enemigos cuando los enemigos surjan; y surgirán, pues hay una bruja malvada en este mundo. Ya veis, amigos -dijo-, que antes de que el mundo nuevo y puro que os entregué haya cumplido siete horas de vida, una fuerza del mal ha penetrado ya en él; despertada y traída aquí por este Hijo de Adán. Pero no os sintáis abatidos. Surgirá maldad de este mal, pero ese momento está aún muy lejano y me encargaré de que lo peor recaiga sobre mi persona. Y puesto que la raza de Adán ha causado el daño, la raza de Adán ayudará a repararlo.
O sea que ya desde el principio estaba previsto que los humanos fuesen los que ayudasen a Aslan a luchar contra ella. Pero, bien sabía Jadis que no había humanos en Narnia. Los hubo hace cientos de años, en el origen de todo, pero nunca más se había vuelto a ver ninguno.
Por un momento le entró la duda. Estaban ocurriendo tantas cosas sin que ella se diese cuenta que bien podría ser que hubiesen llegado hijos de Adán e hijas de Eva a Narnia y que ella no se hubiese enterado. La revuelta se había organizado, habían copiado libros subversivos que, seguramente, estuviesen en las casas de todos los habitantes de Narnia, se habían organizado para copiarlos y distribuirlos… y todo esto delante de sus narices sin que nadie de los suyos se diese cuenta. ¡¡O quizás sí!! Quizás hubiese un traidor entre los suyos. Quizás estuviese rodeada de traidores que esperaban el momento oportuno para acabar con ella y quedarse con su reino. Quizás…
En ese momento un cuervo entró volando en la estancia y se posó en el hombro de la Bruja Blanca. Susurró algo al oído, como si le trajese un mensaje precioso. Ella sonrío con maldad.
– Bien, el cabritillo ha salido de su escondrijo. Ahora que no tiene a su padre irá a buscar ayuda entre sus amigos. Tan solo hay que seguirle discretamente hasta que nos haga llegar a ellos. Pero no nos pongamos nerviosos. Esta vez hemos de aplastar y matar a todos los insurgentes.
Jadis cerró el libro con firmeza y lo escondió en su biblioteca particular, a la que nadie pudiera tener acceso. Ese libro era demasiado peligroso como para que nadie lo leyese y demasiado precioso como para destruirlo. Debería estar en la biblioteca de los libros prohibidos, allí donde nadie más que ella misma pudiera tener acceso.
Capítulo 6 - EN EL SANTUARIO DE LA MONTAÑA
Una tormenta de nieve y granizo comenzó a golpear con fuerza los árboles. Todos en Narnia sabían que cuando se desataba una tormenta de nieve, la Bruja Blanca, la señora del invierno eterno, estaba realmente enfadada. Su ira provocaba la tormenta, así como su corazón helado había traído la nieve a toda la tierra. Había una conexión malvada entre ella y el invierno. Por eso era un invierno sin esperanza, un invierno del que no se podía esperar ni que llegase la primavera ni que tuviese una Navidad.
El joven Tumnus se estremeció doblemente cuando sintió las rachas de viento que parecían querer derribarle e impedirle que siguiese avanzando. Pero él sabía que debía ir al Santuario de la montaña para avisar a todos de lo que le había pasado a su padre y para unirse él mismo a la rebelión. Su padre no se lo había permitido hasta ahora
porque decía que todavía era un niño y no podía exponer su vida. Pero él ya no era un niño. Si alguna vez lo había sido, en este momento se había convertido ya en un fauno adulto, se decía a sí mismo. Y en todo caso, su padre ya no estaba ahí para prohibírselo. Por su padre y por todo lo que amaba en esta tierra debía avisar a todos de que la bruja les había descubierto, y debía ir él mismo a la guerra y enfrentarse a ella.
Pero cuanto más intentaba avanzar, más soplaba el viento. Y aunque sacó fuerzas de lo más hondo de su alma, llegó un momento en el que el cansancio pudo con él y cayó derrotado. Se quedó quieto, sin fuerzas para caminar, tumbado sobre la gélida nieve. Y un calor mortecino, transformado en un sueño dulce que mata el alma, comenzó a adueñarse de él y congelar su sangre.
Y en el momento más crítico una lejana voz resonó en su mente y en sus oídos como un eco del pasado.
– ¡Vamos, vuelve a casa!
– Mmmmm… ya voy… papá… ya… voy… -musitó el joven fauno inconsciente- … ya… voy.
– ¡Por Aslan, señor castor! ¡Vuelve a casa! -volvió a resonar la voz dirigiéndose a donde estaba el joven fauno tirado en el suelo.
Tumnus solo pudo ver una sombra a su lado que se acercaba y le olisqueaba. Y pudo sentir también otra cara parecida, que no hacía más que gritar.
– ¡No podemos dejar al joven fauno aquí! Tenemos que llevárnoslo o morirá.
– ¿Y cómo vamos a llevarlo? – dijo la señora castor- Es enormemente grande – Y además es muy peligroso. Ya sabes lo
que se cuenta que le ha pasado a su padre.
– ¡Pues lo llevaré yo solo! -dijo finalmente el señor castor mientras se ponía a tirar de él.
Así, poco a poco, a veces arrastrándolo, otras veces llevándolo entre los dos, el señor la señora castor consiguieron llevar a Tumnus hasta su casa recién estrenada, pues hacía poco que la joven pareja de castores se había casado.
La casa de los castores era un hogar cálido y acogedor, con una gran chimenea en el centro, que calentaba toda la estancia. Por supuesto lo primero que hicieron los anfitriones fue poner al joven Tumnus en una cama y darle una manta para que se calentase y así volviese el calor a su cuerpo. También ayudó para quitarle el frío el tazón de caldo hirviendo que la señora castor le preparó. Así, poco a poco, el joven fauno recobró el aliento.
– ¡Ay, jovencillo! -le dijo la señora castor- ¿A dónde te dirigías en medio de semejante tormenta?
– Iba al Santuario de la montaña.
El señor y la señora castor se miraron con preocupación. Nadie podía subir al Santuario sin arriesgar su vida. Era el lugar más seguro y secreto de Narnia, que solo conocían los insurgentes contra la malvada Bruja Blanca.
– ¡Por el gran Aslan y toda su melena! – exclamó el señor castor- No deberías ni siquiera decir ese nombre en alto. Nosotros solo decimos «allí» para referirnos a ese lugar. No puede uno fiarse de nadie ya en Narnia.
El viento y la tormenta habían cesado. Tras el fragor todo había quedado sumido en un denso silencio que permitía escuchar cada uno de los más mínimos ruidos y sonidos. Un pequeño ciervo asomó su cabecita y empezó a brincar por la pradera donde estaba la casa de los castores. Y un cuervo negro bajó volando y se colocó en una pequeña ventana redonda que permitía entrar la luz a la estancia.
– La Bruja Blanca acaba de convertir a mi padre en una estatua de piedra. Y ahora quiere acabar con la revuelta que se está organizando contra ella. ¡Lo ha descubierto todo! ¡Tengo que avisarles!
– Sí, jovencillo, sabemos que han atrapado al señor Ornius -exclamó angustiada la señora castor- ¿Cómo pudieron encontrarlo? ¿Él estaba seguro en la fortaleza, bajo el gran roble?
Tumnus guardó silencio durante un momento y bajó la cabeza. Sentía que él había sido el culpable de llevar a la Bruja Blanca hasta su padre al salir sin su permiso aquella tarde y mostrarle así el camino hacia su escondrijo en el viejo roble. En realidad, eso no era totalmente la verdad, porque la Bruja Blanca ya sabía en qué valle se encontraba el señor Ornius, solo le faltaba descubrir el lugar exacto. Pero ella quiso que el joven fauno se sintiese culpable de la captura de su padre. Era una forma más de las que ella tenía de esclavizar a sus súbditos. El miedo y la culpabilidad. Tumnus no pudo evitar echarse a llorar.
– No te preocupes, amigo. Nosotros te ayudaremos a llegar al Santuario de la montaña, aunque es extremadamente peligroso. Está protegido por los más fieros guerreros entre todos los narnianos: el ejército de centauros, que custodia la montaña azul, en cuyas entrañas se encuentra el Santuario.
– ¿Y qué hay allí? -preguntó con curiosidad y admiración el fauno-.
– En el Santuario -dijo el señor castor bajando un poco la voz, como si temiese que alguien le escuchase – se esconde la biblioteca en la que se ha concentrado toda la sabiduría de Narnia. En sus libros está nuestra memoria y nuestro futuro. Allí se puede leer la historia de Narnia desde que el gran León la creó de la nada por medio de su música. Y también se guarda memoria del origen del mal que trajo la Bruja Blanca desde otros mundos desconocidos.
– ¿Otros mundos? – siguió preguntando el fauno-.
– Sí, hay otros muchos mundos como Narnia que nacen y mueren. La Bruja Blanca viene del antiguo mundo de Charm, de donde vino a nuestro mundo atraída por la magia de un gran mago del mundo de los humanos.
– ¡Anda! – exclamó el fauno que de repente vio cómo se ampliaba su universo a miles de mundos paralelos entre los que se podía ir y venir, viajar por medio de la magia-. ¿Y cómo sabes tú todo eso? ¿Has estado en esos mundos?
– No -contestó el señor castor-, pero lo he podido leer en los libros del Santuario y tengo una copia en nuestra propia biblioteca. En el Santuario hay decenas de búhos parlantes escudriñando los viejos pergaminos y un centenar de tejones copiando los libros que se distribuyen por todos los rincones de Narnia, llevando la esperanza a los corazones de todos los animales parlantes. ¡Vamos! Yo mismo te guiaré hasta la montaña azul por el camino más corto.
El señor castor se levantó de su silla rápidamente para comenzar los preparativos y poder salir en cuanto el joven fauno hubiese recobrado sus fuerzas. El cuervo que estaba en la ventana, con mirada atenta a cada movimiento y oído aguzado para captar cada palabra, levantó el vuelo. Tenía información importante que compartir.
Capítulo 7 - LA MESA DE PIEDRA
Jadis esperaba con impaciencia que llegasen noticias de los espías que tenía en los cuatro rincones del reino, y muy especialmente de aquellos que seguían al jovencito fauno, el hijo de Ornius. En su ingenuidad sabía que, tarde o temprano, Tumnus les acabaría llevando hasta los culpables de la rebelión. Era cuestión de tiempo. Correos aéreos de las bandadas de cuervos iban y venían merodeando alrededor de la zona y vigilaban cada paso del jovenzuelo. Hacía unos días que había salido y se había perdido en una formidable tormenta. Desde entonces Jadis no tenía noticias del fauno. No podía permitirse perder esa pista que le llevaría hasta el corazón de los rebeldes.
La Bruja Blanca abrió la ventana de su dormitorio y por un momento contempló desde la altura todo su reino. Un aire frío entró en la estancia. Miró a lo lejos y respiró profundamente. Una paz gélida, como de un cementerio blanco, entró en su corazón.
– Es necesario el orden y la ley para que pueda haber paz en mi reino -dijo en voz alta, hablando para sí misma-. Si quieren guerra y muerte la tendrán. Pero yo deseo solamente que entiendan quién es la auténtica reina de Narnia y que todo el mundo me obedezca. Y así, habrá una paz duradera, la paz de Jadis. No pude haber paz sin leyes, sin que obedezcan a la única y verdadera reina de Narnia.
En ese momento una ráfaga de viento entró por la ventana y volteó las hojas de uno de los libros que la Bruja Blanca había dejado sobre la mesa. Era uno de esos libros que había cogido de la biblioteca de Ornius, el segundo de los libros de las Crónicas de Narnia. Por un momento había olvidado la existencia de aquellos libros prohibidos. Un poco nerviosa tomó el libro y comenzó a leer.
Segundo libro de Las Crónicas de Narnia. Sobre las leyes de Narnia dictadas por Aslan, promulgadas por el gran Emperador de Allende los Mares
Jadis abrió el libro y lo primero que leyó fueron las palabras que habían dado origen a Narnia, pronunciadas por el gran león. Narnia, despierta. Ama. Piensa. Habla. ¿Esa podía ser una ley? ¿Despertarse, amar, pensar, hablar? ¿Amar era lo que Aslan obligaba a hacer a sus súbditos? Realmente la Bruja Blanca no entendía qué tipo de leyes eran esas, tan distintas a las suyas.
Descubriréis la Magia insondable de Narnia escrita en vuestro corazón, pero para que la recordéis y la contéis a vuestros hijos y a los hijos de vuestros hijos, os dejaré las leyes de Narnia esculpidas en la Mesa de Piedra. Quedarán escritas con letras tan profundas como larga es una lanza de los hornos de piedra de la Colina Secreta. Es la ley que está grabada en el cetro del Emperador de Allende los Mares y que el Emperador mismo colocó en Narnia al principio de todos los tiempos. Nadie verterá la sangre de un hermano, toda vida es sagrada, pues toda vida ha sido un regalo del Emperador de Allende los Mares.
Un escalofrío recorrió el alma de la Bruja Blanca. Sintió que esas palabras eran vertidas sobre ella como una acusación. Y desde ese momento no solo odió a Aslan, sino que maldijo al Emperador de Allende los Mares, que había dictado su ley. Ella tenía derecho en su reino a cobrarse la vida de quien quisiera. Ella era la dueña de Narnia. Toda vida le pertenecía a ella por derecho de conquista y podía hacer en su reino lo que ella quisiera. Esa era la lógica del poder. Seguramente distinta a la lógica del amor, sobre la que fundaba su reino Aslan. Entonces leyó, como una amenaza dirigida hacia ella misma, la primera de las leyes del Emperador de Allende los Mares.
Quien derrame sangre inocente será juzgado culpable. Su sangre será derramada como signo de justicia. La justicia que premia el bien y castiga el mal sostiene toda Narnia y sin ella, toda Narnia zozobrará y perecerá bajo el fuego y el agua.
Jadis cerró el libro de las leyes de Narnia con desprecio. Ahora sabía que su último y definitivo enemigo era el Emperador de Allende los Mares. Estuviese donde estuviese, él había escrito las leyes que regían este mundo y, seguro, ahora lo sabía, esas mismas leyes regían todos los mundos que existen.
– ¡La mesa de piedra! ¡Ahí está la clave! – una repentina alegría malévola le iluminó su corazón, si es que la Bruja Blanca podía tener corazón-.
En la mesa de piedra está labrada en roca la ley de Narnia. Jadis comprendió que, si destruía la ley escrita en la roca por el mismo dedo del Emperador de Allende los Mares, los narnianos acabarían olvidando la ley de Aslan. La ley esculpida en piedra es duradera, la ley escrita en los blandos corazones de los narnianos acaba confundiéndose y olvidándose. Jadis comprendió que mientras existiese la mesa de piedra y la ley permaneciese escrita en ella, su dominio nunca sería definitivo. Pero ¿dónde se encontraba la mesa de piedra?
Jadis volvió a mirar por la ventana. A lo lejos, en el horizonte, distinguió una nube negra que se acercaba rápidamente hacia el castillo de hielo. Su corazón dio un brinco de alegría. Bien sabía ella que aquella nube negra era, en realidad, una bandada de cuervos que venían presurosos con noticias frescas.
Bajó rápidamente hacia la estancia del trono, donde recibía las visitas más esperadas, y se sentó en su trono de cristal. Convocó a sus más fieles vasallos entre los que se encontraban su consejero, el enano Dunkin, el jefe de la guardia de los lobos y el minotauro, capitán de sus ejércitos.
La bandada de cuervos irrumpió en la sala con un graznido repetido por el eco y multiplicado cientos y miles de veces. Finalmente, todos callaron y uno de los cuervos se acercó a la bruja y graznó una serie de sonidos indescifrables que solo la bruja pudo entender. Pocas veces el rostro de Jadis dejaba entrever sus sentimientos, pero esta vez no pudo evitar que una ráfaga de una cruel alegría brillase en sus ojos al oír las noticias que le llegaban.
– ¡El Santuario en la montaña azul! -gritó alborozada al fin cuando el cuervo calló y se retiró a un lado- ¡Allí se esconden esos ingenuos!
– Pero, majestad, -se atrevió a interrumpir el enano Dunkin- ese lugar, el Santuario, ¿realmente existe? ¿No es simplemente una invención narniana para mantenerles en la esperanza? ¿No es eso lo que usted misma nos decía?
– ¡Existe! -exclamó con rabia, alegría e indignación al mismo tiempo-. Y lo hemos tenido ante nuestras narices sin darnos cuenta. La magia insondable existe, así como existe la magia más profunda y poderosa del mundo que es la magia negra. Existe el Santuario, el lugar donde se encuentra la mesa de piedra, tal como narran todas las escrituras antiguas.
Por un momento Jadis cerró los ojos y todos en la sala contuvieron el aliento. Finalmente, como un susurro que los presentes oyeron perfectamente la Bruja Blanca dijo:
– El Santuario existe… ¡y debe ser destruido!
Al oír aquella sentencia un rictus de profundo dolor se dibujó, imperceptible para todos, en el rostro del enano Dunkin. Sin embargo, aquello tampoco paso inadvertido a los inquisidores ojos de la Bruja Blanca.
Capítulo 8 - HÉROES Y VILLANOS
El castillo de la bruja era una figura geométrica perfecta. Igual que los cristales de hielo y de nieve adquieren formas formidables y únicas en una filigrana de dibujos, los pasillos y estancias del castillo configuraban un intrincado y, a su manera, bello complejo. En el centro, dominándolo todo, estaba la gran torre en la que habitaba la reina Jadis en la más alta de las estancias. Desde ahí observaba todo. Nada escapaba a su mirada.
Por eso no le fue difícil distinguir la sombra furtiva del enano que subía por las escaleras hasta la torre septentrional. Algo, sin duda, nada habitual, ya que la estancia de Dunkin estaba justo en la parte opuesta del castillo. La sombra escurridiza entró por la puerta del patio de armas y ascendió por las escaleras hasta llegar a la zona más alta de la torre.
Tengo que avisarles- pensaba para sí Dunkin-. Tengo que hacerles llegar a los castores, de alguna forma, que tomen otro camino, que no lleven al joven fauno al Santuario. Eso sería el fin de la rebelión, el fin de todas nuestras esperanzas. Si el Santuario cae, ¿qué nos quedará?
Dunkin amaba Narnia como nadie. Y amaba sobre todo a Aslan. Aunque no lo había visto nunca, había sentido su presencia misteriosa y había oído su voz el día que le propusieron la más arriesgada de las misiones: internarse en la corte de la Bruja Blanca y seguirla en todos sus movimientos. ¡Cuántas muertes había evitado desde ese puesto! ¡Cuánta información útil para la rebelión había conseguido pasar a sus amigos narnianos!
– ¡Uuuhu! ¡Uuuhu! ¡Uuuhu! -ululó por tres veces el enano, imitando la voz del búho. Era la contraseña convenida.
Pasó un poco de tiempo, no mucho, hasta que apareció un viejo búho batiendo sus alas y se posó en una de las almenas.
– Hola, viejo amigo Otus, -le dijo Dunkin con una evidente preocupación en su voz- tienes que llevar urgentemente este mensaje al Santuario. ¡Nuestra supervivencia depende de ti! Has de encontrar al señor castor y decirle que deben cambiar de dirección y no ir al Santuario.
– ¿Qué ocurre, Dunkin? -preguntó Otus.
– La Bruja Blanca va persiguiendo a los castores y al hijo de Ornius. ¡Y ellos la llevan, sin saberlo, hacia nuestro Santuario! Tienen que cambiar de rumbo.
– ¡Uhu! ¡Uhu! Así lo haré -ululó el búho.
– ¡Y diles a todos que se preparen para la guerra! Pues me temo que nada podrá evitarla ya.
– ¿Estás bien, Dunkin? – le preguntó el búho- Todos tenemos miedo de que te atrapen. Es muy arriesgado vivir aquí y fingir que sirves a esa malvada bruja.
– Para mí lo más difícil es soportar toda la maldad de Jadis- contestó Dunkin casi llorando-. Se me partió el alma cuando la vi torturar y convertir en una estatua de piedra al valiente fauno Ornius. Es duro simular que te alegras de que le hagan eso a un amigo.
– ¿No habrá llegado ya el momento de abandonar este lugar y venirte al Santuario con todos nosotros? – sugirió el sabio búho.
– Presiento que se acerca un tiempo decisivo para todos y que yo os soy más útil aquí. Pero solo el gran león lo sabe. – Y dando un profundo suspiro abrazó a su alado amigo y este emprendió el vuelo.
Desde su torre Jadis contemplaba la escena. Vio salir volando al búho e inmediatamente susurró algo en el oído del cuervo que graznó repetidamente. Con vigor alzó el vuelo, dio tres vueltas alrededor de la bruja, como en un gesto de reverencia, y voló internándose en el negro cielo de aquella oscura noche. A la llamada de su graznido una horda de cuervos se unió y emprendieron un fulgurante vuelo en busca del búho que escapaba rápidamente de aquel siniestro lugar. El ansia de sangre de los cuervos se mezclaba con la tajante orden que les había dado la Bruja.
– No le matéis hasta que no sea necesario. Dejad que os guíe hasta el destino. Cuando haya llegado allí, acabad con él y arrancadle sus preciosos ojos. Ha visto demasiado ya en esta vida.
Cuando a la mañana siguiente la Bruja Blanca se sentó en su trono para organizar con su consejo el asedio al Santuario, Dunkin fue uno de los primeros en llegar, como era habitual. Jadis hizo su entrada en el salón con el atuendo de batalla. Se preparaba para la lucha y quería mostrar a todos que el momento de la guerra había llegado. Era como un gran general que organiza sus ejércitos.
– Nuestros espías están siguiendo al cabritillo que nos llevará hasta la guarida de esos rebeldes -comenzó Jadis desplegando sobre la mesa un gran mapa de todo el reino de Narnia. Todos se acercaron para poder observar más de cerca cada uno de los movimientos y comprender bien la estrategia.
– El objetivo es sitiar la montaña azul, en la que se encuentra el Santuario, – continuó la Bruja Blanca dirigiéndose al capitán de los lobos-. Necesitamos que tus lobos cierren el paso sur para que no les pueda llegar ningún tipo de refuerzos de otros lugares del reino. Especialmente hemos de tener vigilados a los centauros.
– De acuerdo, señora- gruñó el lobo en jefe-.
– Necesitaremos también encontrar todos los aliados posibles -continuó la bruja-. Es necesario que alguien contacte con los gigantes del norte. No son muy inteligentes, pero todo lo que sea destrozar se les da bien. ¡Y no quiero que quede piedra sobre piedra de ese lugar!
Mirando alrededor Jadis fijó su mirada en Dunkin.
– Necesito alguien de plena confianza que pueda acometer esta misión- dijo volviendo la mirada a otro lado-.
– Majestad, -habló finalmente Dunkin- si así lo estimáis, yo podría ir a contactar con los gigantes. Tengo buena relación con ellos desde que era joven.
– ¿De verdad harías ese servicio por mí, querido Dunkin?- dijo Jadis con un tono de voz impostado- Y dime, ¿con quién más tienes buena relación desde que eras joven?
– ¿Perdón, majestad? – contestó Dunkin con nerviosismo contenido-.
Jadis se puso en pie y tomó su espada en las manos, como acariciándola. Todos los que estaban en la sala contuvieron el aliento. Dunkin la miraba sorprendentemente impávido. Algo le decía que había llegado la hora de la verdad.
– Dunkin, Dunkin… me has partido el corazón – susurraba la bruja mientras se acercaba hacia él con la espada en la mano. Nunca pensé que alguien tan inteligente como tú fuese a escoger el bando equivocado. Años de confianza y respeto dilapidados en un segundo. Si ya no puedo confiar en alguien como tú, ¿en quién podré hacerlo?
Todos se miraron entre sí, algunos bajaron la mirada. Querían replicar, decirle a su reina que ellos no la fallarían, que ellos nunca la traicionarían… pero sabían que en ese momento de ira contenida de su reina era mejor callar.
– A estas horas, Dunkin, el búho que enviaste para que avisase a tus amigos estará muerto a manos de mis leales cuervos. Y él mismo los habrá dirigido al corazón del Santuario sin saberlo.
Jadis paró un momento para regodearse en sus palabras y en el sufrimiento que intuía se adueñaba del corazón de su anterior confidente y amigo, ahora traidor y espía.
– Ha sido un último servicio que nos has prestado, involuntario, eso sí. Y querría pagártelo generosamente. Esta vez no te convertiré en una estatua de piedra, Dunkin. Te mantendré con vida para que puedas ver con tus propios ojos la destrucción del Santuario y la muerte de tus amigos. Te juro que preferirías que tu hubiese arrancado los ojos para no poder ver el sufrimiento que soy capaz de causar en los seres a los que amas.
Lo último que pudo oír Dunkin antes de que un gran golpe en la cabeza le dejase sin conocimiento, fue la voz de Jadis.
– ¡Atadle y llevadle a las mazmorras! Podéis golpearlo todo lo que queráis, mientras no lo matéis. Quiero que su sufrimiento se prolongue por toda la eternidad.
Capítulo 9 - FUEGO Y FURIA
La luna llena iluminaba la noche con una claridad suficiente como para poder caminar y no ser vistos. Era el momento que los castores habían escogido para continuar su ruta hacia el Santuario y que no pudiesen ser encontrados por los rastreadores de la Bruja Blanca. El señor castor estaba seguro de que podían estar buscándolos. Y no se equivocaba porque, desde que el joven fauno salió de su escondrijo, los lobos habían estado rastreando cada paso que daba y, en la lejanía, una manada de orcos cercaba el valle de forma que en ningún caso pudiesen huir.
– ¡Uhú, uhú! -se oyó ulular a un búho en el cielo.
– Mirad arriba, a la luna -dijo el señor castor-.
La silueta de un magnífico búho cruzó la luna y se abalanzó hacia ellos. El búho los había visto y se dirigió hacia ellos con rapidez. Al verlo, el señor y la señora castor se llenaron de una gran alegría. Por fin veían un animal amigo que les indicaría el camino hacia el Santuario.
– ¡Es el señor búho, Otus! Nuestro mensajero nocturno- comentó alborozado el señor castor al joven fauno-. Nadie hay que pueda viajar en la noche con mayor discreción y con más rapidez que él.
Pero el búho apresuró su vuelo y comenzó a ulular a los castores y al fauno con gran fuerza, dando un grito de alarma:
– ¡Uhu! ¡Uhu! ¡Huid! ¡Huid! ¡Marchad por otro camino!
Los castores no entendieron nada. ¿A qué se refería? ¿De quién tenían que huir? ¿A dónde podían ir para protegerse, sino al Santuario?
De repente se hizo una gran oscuridad. La luna se cubrió como si se tratase de un eclipse. Pero esta vez el eclipse lo provocó una nube negra que se movía a gran velocidad, persiguiendo al búho, y que acabó por apagar la luz de la luna. Esa nube negra, ya lo habrás averiguado, era en realidad el ejército de cuervos que volaban velozmente para atrapar y matar al búho.
El señor Otus se había dado cuenta hacía tiempo de que le perseguían. No era normal que los cuervos volasen de noche. Y eso solo podía significar una cosa: que la Bruja Blanca los enviaba. Así que el búho aceleró su vuelo e intentó despistarlos. Entonces los cuervos comprendieron que ya no serviría de nada intentar pasar desapercibidos. Llegando a la meta del valle de la montaña azul, la bandada de cuervos aceleró su vuelo. Era el último tramo de una carrera desenfrenada que acabaría con la vida del alado amigo de Aslan.
– ¡Uhu! Pequeños amigos -ululó el búho desde el cielo-. ¡Debéis cambiar de rumbo! ¡Os están persiguiendo y estáis llevando al enemigo hasta el Santuario!
En ese momento la oscuridad de la noche se hizo profunda como la negrura del alma de la Bruja Blanca. El cuervo jefe, el que había espiado al joven fauno y a los castores, el mejor conocedor de Narnia, se lanzó en picado como un meteorito sobre el búho. La negra ave clavó sus garras en un ala de Otus que, dolorido, dio un picotazo al cuervo y consiguió que le dejara. Pero el búho también había quedado malherido y sabía que no podría mantener la lucha él solo contra toda la bandada de cuervos. Otus lanzó un último sonido, un profundo ulular, que fue como una oración elevada al cielo. Se diría que estaba pidiendo la ayuda del mismísimo gran león.
Entonces el bosque pareció despertar. Una nube de pequeñas aves rapaces nocturnas, de mochuelos y autillos, comandadas por blancas lechuzas, se congregaron desde los árboles. ¿Cuántas eran? Es difícil saberlo. Cientos, miles, -millones diría el joven Tumnus exagerando un poco- de aves nocturnas oyeron la llamada del viejo búho Otus y alzaron su vuelo para defender a su amigo y maestro.
Los cuervos tardaron un tiempo en entender qué estaba pasando. Creían que estaban a punto de atrapar al búho y se encontraron con el ataque de las rapaces. Y aunque eran pequeños en tamaño, los mochuelos y autillos tenían una poderosa visión nocturna, que les hacían muy peligrosos. Además, como ya sabes, las rapaces tienen poderosas garras con las que atacar y defenderse. Y, por si fuera poco, superaban en número a los cuervos, que eran muy feos y carroñeros, pero que no tenían nada que hacer contra este ejército inesperado. Así que, aprovechando el desconcierto, el búho y a sus compañeros salieron corriendo.
– ¿Qué hacemos, entonces? -preguntó desesperado el señor castor mientras corría sudoroso-. ¡No podemos ir al Santuario! ¿A dónde iremos, entonces? Esos cuervos acabarán con nuestra vida si nos ven.
El gran cuervo negro, el confidente de la bruja, vio cómo huían los castores y el fauno. Así que, separándose de la brutal batalla que estaban librando sus congéneres contra las rapaces, voló por encima de Tumnus y los castores, graznando con toda su fuerza y lanzó una siniestra alarma. No se trataba simplemente de señalar por dónde huían los enemigos de la Bruja Blanca, su ama y señora. Aquel graznido era la señal convenida por todos los ejércitos que indicaba el inicio de la guerra.
En ese instante un gran aullido rasgó la noche y, como en un eco mortal, cientos de lobos respondieron aullando por todos los rincones del valle de la montaña azul. Era la señal esperada por todos los lobos para el ataque. Ya no debían permanecer escondidos. Habían recibido, al fin, el mensaje de que la guerra había comenzado ya. La noche olía a caza y a sangre.
– ¡Rápido! -dijo el sabio búho a los castores y al fauno- ¡Vamos a despistarlos! Nos dividiremos y los llevaremos lo más lejos posible del Santuario. ¡Señor castor, rápido, hacia el acantilado!
En ese momento, con toda la potencia de su voz, el búho lanzó un gran sonido que las pequeñas rapaces entendieron como una orden. El búho, como un general de los ejércitos nocturnos de Aslan, les indicó que fuesen tras el señor y la señora castor que habían salido corriendo hacia el sur. Y así, acompañados por el ejército de rapaces, los dos jóvenes castores llevaron tras de sí a los cuervos, que lanzaban incesantes graznidos para atraer a los lobos. Esta estratagema permitió al señor Otus y a Tumnus escapar sigilosamente en otra dirección sin ser descubiertos.
– Ha dicho al acantilado, ¿no? -dijo jadeando el señor castor- Eso está arriba en la montaña. ¡¡Uf!!
– Ya te dije que tenías que hacer algo para bajar esa barriga -le contestó gruñendo la señora castor-.
Los castores se lanzaron en una carrera trepidante hacia arriba de la montaña. Sobre ellos sentían cercano y protector el vuelo de los autillos y las lechuzas y, a la vez, el graznido amenazante de cientos de cuervos que les seguían. Los aullidos de los lobos sedientos de sangre se oían cada vez más cerca. No cabía duda, los lobos se acercaban a gran velocidad y muy pronto, si nada lo remediaba, acabarían por darles caza.
– ¡Señor castor, -dijo jadeando la señora castor mientras corrían a toda velocidad montaña arriba- si salimos de esta prometo prepararte tu plato preferido de comida!
– ¡Señora castor, te tomo la palabra! ¿Qué tal un estofado de lobo rehogado con caldo de cuervo en pepitoria? – le dijo el señor castor con un guiño cómplice-.
Fueron las últimas palabras que el señor castor pudo decir antes de llegar a lo más alto de la colina que, en realidad, era un gran precipicio que formaba la foz de un río que partía la montaña en dos. No había salida para los castores. El malvado cuervo amigo de la bruja, que lo veía todo desde su altura, lanzó un graznido sardónico, riéndose del final inexorable de los castores. En apenas un minuto los lobos acabarían con su vida.
Pero lejos de detenerse al llegar al precipicio, el señor y la señora castor se lanzaron hacia el precipicio dando un gran salto con todas sus fuerzas para caer en el río. Realmente si el señor castor lo hubiese pensado no se habría atrevido a ello. Pero no hay nada como tener una horda de lobos persiguiéndote y una bruja que quiere hacer con tu piel un abrigo para convencerte de hacer cualquier locura. Y en medio de la confusión, de los graznidos de los cuervos, de la noche oscura y de las interminables carreras para atrapar a los fugitivos, no fueron pocos los lobos que se despeñaron por el acantilado y se mataron en aquella ocasión.
– ¿Os he contado la ocasión en que matamos a más de treinta lobos entre la señora castor y yo? – le gustaba repetir al señor castor a todos sus vecinos que le miraban con la boca abierta, no se sabe si de sorpresa o de aburrimiento por habérselo oído contar tantas veces-.
Mientras tanto Otus, el búho sabio, había logrado despistar a los secuaces de la bruja y condujo a Tumnus hasta la ladera de la montaña azul. Imponente ante ellos se alzaba una inexpugnable roca granítica, una colosal roca por la que era imposible ascender. Entonces el fauno entendió por qué los insurgentes al imperio helado de la bruja habían elegido ese lugar para construir el Santuario y refugiarse en él.
Alzando la mirada desde abajo, Tumnus se preguntaba cómo podría escalar por esas paredes casi verticales. Tengo patas de cabra, se decía a sí mismo, pero estas paredes no tienen apenas grietas donde poder sostener mis pezuñas. Pero cuando se acercaron a la muralla de piedra, el fauno pudo descubrir una hendidura natural que se abría en la roca. Era una grieta por la que, a duras penas, podía pasar una persona.
– Esta es la entrada más protegida del Santuario -le dijo el gran búho-, la única abierta en estos momentos de peligro. Está custodiada por arqueros desde lo más alto. Y un ejército de centauros, los defensores del lugar sagrado, velan su entrada.
Y alzando su vuelo, con un largo ulular que era la contraseña para que les dejasen pasar, el búho subió hasta lo más alto de la cercana peña y volvió a bajar para acompañar al joven fauno e introducirlo en el Santuario. Tumnus alzó la cabeza y vio cómo en cada rendija había un arquero que, de no ser por aquel aviso, habría acabado con su vida. Y cuando se volvió para mirar al búho que regresaba donde él estaba, se encontró con dos aguerridos centauros, mitad caballos, mitad seres humanos, que blandían espadas preparadas para la lucha. Se notaba que eran guerreros y que estaban dispuestos a dar su vida por proteger aquel lugar santo.
– Tumnus, hijo de Ornius, sed bienvenido al Santuario -dijo Amalión, uno de los centauros, dirigiéndose al fauno-.
– Muchacho, -continuó hablando Amalión, el centauro – son pocos los narnianos a los que se les ha permitido entrar aquí. Es un privilegio que no debes olvidar y que el Guardian del Santuario te ha concedido en honor y respeto a tu padre. Esta es la última fortaleza de Narnia. El último rincón de libertad que le queda a esta hermosa tierra. Si el Santuario cae, toda Narnia perecerá.
Tumnus, antes de entrar por la grieta hacia las profundidades de la tierra lanzó una mirada sobre el valle que se extendía con una capa de nieve inmaculada bajo la montaña azul. La noche ya concluía y empezaba a dejar ver las primeras luces del alba. En ese momento misterioso del amanecer en el que las tinieblas luchan con la luz, Tumnus pudo ver pequeños puntos relucientes en el horizonte.
– ¿Qué es aquello que brilla, señor búho? -preguntó- ¿Son estrellas?
El búho dio un profundo suspiro.
– No, mi joven amigo. Son antorchas que guían a un innumerable ejército de orcos y bestias. Es el ejército de la Bruja Blanca que viene a destruirnos.
Al otro lado del valle Jadis, gélida como la noche, rodeada de sus más terribles soldados, observaba la montaña. El picacho azul, altivo en medio del valle, con el gran lago helado a sus pies, parecía inexpugnable para quien quisiera conquistarlo.
– Quiero que arda todo el valle. Que no quede ni un solo ser con vida. Ni árboles ni animales. Hasta ahora he sido demasiado clemente con ellos. Pero ese tiempo se ha acabado.
Dunkin, más muerto que vivo a causa de los golpes que había recibido, estaba al lado de la Bruja Blanca, atado con cadenas. El enano contemplaba con profundo dolor el inminente fin de todo lo que amaba.
Capítulo 10 - EN EL INTERIOR DEL SANTUARIO
Una larga escalera de caracol esculpida en la roca ascendía por el interior de la montaña. Tumnus subía por la empinada escalera dando brincos de emoción. El búho subió, claro está, volando, aunque tuvo que dar tantas vueltas -doscientas veinte, contó él- que acabó mareado y al llegar al final de la escalera no sabía ni dónde estaba. Todo le daba vueltas. Pero, poco a poco, lo que giraba a su alrededor dejó de moverse y, cuando finalmente llegó el joven fauno, el búho ya podía distinguir lo que había en la gran sala de recepción del Santuario.
Y lo que encontraron Tumnus y Otus no fue precisamente una calurosa bienvenida. Se respiraba tensión. Con una mezcla de cortesía y de recelo les indicaron que aguardasen en esa sala a recibir indicaciones del Guardián del Santuario sobre qué hacer con ellos.
La gran sala era una caverna natural que había sido labrada con pericia hasta transformarla un auténtico salón de recepción. Había grandes columnas que llegaban hasta el techo. Aunque, en realidad, esas columnas no sostenían nada, porque el techo era la propia roca de la cueva. Eran simplemente columnas decorativas que daban a la sala un aspecto señorial. En los capiteles se podían distinguir, esculpidas en piedra, escenas de la historia de Narnia que Tumnus había oído contar a su padre. Al fondo, en el dintel de la puerta, una gran imagen de un león, cincelada sobre la pared, presidía la estancia.
– ¡Uha! ¡Qué bonito es todo esto! -exclamó Tumnus.
– Es obra de los antiguos enanos -le contó el búho-. Ellos fueron los principales constructores del Santuario. ¿Sabes? Los primeros enanos eran, en realidad, amigos de Aslan y fueron grandes servidores de su reino. Pero su propia obra les fascinó y quedaron enamorados de sí mismos y de sus logros. Así creció su vanidad y orgullo hasta llegar a alejar su alma del corazón del gran León.
– ¡Los enanos son malvados! -exclamó Tumnus con rabia acordándose del enano que estaba al lado de la Bruja Blanca cuando convirtió a su padre en una estatua de piedra.
– No todos los enanos lo son- contestó el búho-. Algunos han pervertido su corazón y son ahora aliados de la bruja. Otros son
simplemente tontos y se dejan llevar por lo que otros les digan. O egoístas, que solo piensan en ellos mismos. Pero también hay enanos nobles y valientes. Y si piensas en Dunkin, el enano que acompaña a la Bruja Blanca, no puedes estar más equivocado- suspiró el gran búho-. El enano que tú viste es, en realidad, uno de nuestros más valientes guerreros. Es el único que ha conseguido internarse en el cuerpo de mando de la Bruja Blanca y nos permite estar informados de todos sus movimientos. Está en el puesto más peligroso que uno puede imaginar.
– ¿El enano? No puede ser verdad- repuso incrédulo Tumnus-.
– Dunkin era un gran amigo de tu padre. Junto al Guardián del Santuario, los tres unidos, organizaron la rebelión contra la Bruja Blanca. El Guardián se quedó aquí dirigiendo toda la vida del Santuario. Dunkin se internó en el palacio de cristal y coordina todo el servicio secreto de la rebelión. Y tu padre -un suspiro emocionado embargó al búho al recordar a Ornius- era el general en jefe de los ejércitos exteriores.
– ¿General en jefe? – preguntó asombrado Tumnus. Por un momento brilló un rayo de admiración en sus ojos recordando a su padre y dos lágrimas rodaron por sus mejillas.
En ese instante un gran revuelo se oyó por el pasillo que llevaba a la gran sala de recepciones. Se respiraba ese tipo de nerviosismo que precede a la llegada de alguien importante, como cuando el director del colegio va a tu aula y todos los alumnos se ponen en su silla bien sentados y el profesor que os estaba dando la clase se pone un poco nervioso y todo el mundo sabe que hay que portarse bien, aunque solo sea durante cinco minutos. Pues así pasó. El Guardián del Santuario estaba a punto de hacer su entrada en la gran sala de recepciones.
Todos los soldados se pusieron firmes. El búho se puso erguido y carraspeó un poco para aclarar su voz. Tumnus miró expectante a la puerta de madera que empezó a abrirse lentamente y con solemnidad. Y lo que apareció fue un ratón que se dirigió corriendo a cuatro patas hacia el centro de la estancia.
Y después se cerró la puerta.
– Es mejor que nos dejéis a solas – dijo el ratón a los soldados que estaban en la sala. Estos obedecieron al instante y salieron hacia otras estancias contiguas, dejando a Otus y a Tumnus con el ratón.
– Gracias, señor búho, por vuestra valentía y servicio- dijo el ratón tras un breve silencio en el que escrutó al joven fauno-. Habéis conseguido retrasar el ataque de la Bruja Blanca sobre el santuario el tiempo suficiente para que organizásemos la defensa. Aunque lamento informarte, Otus, de que Jadis ha apresado a nuestro amado Dunkin y lo retiene como rehén.
El rostro del búho se estremeció y lanzó un profundo gemido en el que mezcló su ulular con las lágrimas. Después el ratón, que como ya habrás averiguado era el mismísimo Guardián del Santuario, fijó su mirada en Tumnus.
– Y a ti no sé qué decirte, mi pequeño. Te debo la amistad profunda que me unió con tu padre y la promesa que le hice de cuidarte si algo le ocurría a él. Pero ha sido una gran imprudencia venir hasta aquí. Has puesto en peligro tu propia vida… y la nuestra, al mostrar a la bruja el camino hacia nuestro refugio secreto.
El joven Tumnus no sabía qué decir. Un sinfín de sentimientos se agolpaban en su corazón. Por un momento habría querido decir al Guardián del Santuario que él solo quería avisarles de que la Bruja Blanca había apresado a su padre, que no había tenido la intención de hacer nada malo, que… Pero entendió que todo aquello no atenuaba nada lo que estaba ocurriendo. Supo que era verdad lo que le decía el ratón. Había sido una imprudencia lo que había hecho.
– No pensaba…
– Ese es el problema, jovencito -dijo el ratón-. Que no pensaste. Algo muy propio de la gente de tu edad. Pero ¡vamos!, eso ya no tiene solución. Así que a partir de ahora solo nos toca mirar hacia el futuro y ver cómo podemos frenar el ataque de la bruja.
– ¿No vendrá el gran León a ayudarnos? – intervino el búho- Quizás es el momento del final de los tiempos en el que el gran León, que creó el mundo, vuelva a luchar por Narnia.
– Quizás sea el final de los tiempos para nosotros -dijo el ratón mirando a los grandes ojos del búho con firmeza y un tono de tristeza- pero no creo que sea el final de los tiempos para Narnia. Y ahora, ¡en marcha! Hay mucho que hacer, no podemos quedarnos hablando todo el día.
El ratón dio un salto y a cuatro patas se dirigió a la gran puerta de madera que, al verlo llegar, abrieron dos soldados. En cuanto salieron de la gran sala de recepción la estancia volvió a llenarse de soldados que vigilaban ese espacio trascendental de acceso al Santuario.
El Guardián caminaba rápido abriendo la comitiva, a veces corriendo, a veces trotando, seguido del búho y del fauno. Atravesaron el gran túnel y al final llegaron a una estancia, más grande que la sala de recepciones que habían dejado atrás. El ratón se paró a la entrada de la gran sala y se puso de pie sobre sus patas traseras en señal de respeto. Así, en silencio, esperó a que Tumnus y Otus llegasen.
El ambiente era sobrecogedor. Alrededor de la estancia se veían columnas de mármol y otros materiales nobles. Las paredes estaban lujosamente decoradas con tapices. Decenas de antorchas iluminaban el lugar. Y un grupo de soldados, vestidos de gala, velaban, como si fuese un espacio sagrado. Sin duda habían llegado a un lugar muy especial.
El Guardián permanecía en pie en silencio, el búho descendió de su vuelo y quedó a un lado del ratón. Y el fauno no sabía qué hacer. Un silencio cargado de respeto se adueñó de todos. Al fin, susurrando, Tumnus le preguntó al ratón:
– ¡Qué bonito es todo esto! ¿Qué hay aquí?
– Este es el gran panteón real- contestó el Guardián-. En este lugar se conservan los restos de todos los reyes y reinas de Narnia.
Varias tumbas esculpidas en la roca con bellas decoraciones mostraban algunos de los más distinguidos monarcas. Tumnus había leído sobre ellos en algunos libros que conservaba su padre en la biblioteca, pero nunca se le había ocurrido pensar sobre el lugar en el que los reyes de Narnia estarían enterrados. Y aunque todos los panteones eran muy bellos, no pudo evitar fijar su vista en dos lápidas de piedra que estaban en el centro de la sala y que, sin duda, eran las más importantes de todas. Una lámpara iluminada con fuego ardía día y noche a los pies de cada una de las tumbas en señal de veneración. Al contrario que las otras tumbas, estas eran sencillas y solo contenían un nombre cada una de ellas, bellamente esculpido en la misma roca. Tumnus se acercó con respeto.
– Rey… Frank y… reina… Helen – leyó casi deletreando, pues las letras eran antiguas y no se distinguían bien – ¡Los primeros reyes de Narnia! ¡Los que vieron la creación de nuestro mundo! ¡¡Están aquí enterrados!!
– Sí -dijo el Guardián-, están aquí, esperando el gran despertar. Por eso este lugar se llama el Santuario. En las entrañas de este monte se guardan los tesoros más preciados de Narnia. Las tumbas de los reyes y la mesa de piedra.
– ¡Uhu! -ululó por primera vez el búho desde hacía un tiempo – ¡¡Y la gran biblioteca que contiene la historia de Narnia y toda la sabiduría de Aslan!!
– Tienes razón, señor búho – le dijo el ratón con una sonrisa-. La biblioteca es nuestro gran tesoro.
El ratón se puso de nuevo a cuatro patas y se dirigió en silencio hacia la puerta situada al otro lado del panteón real. Abrieron la puerta y dejaron atrás aquel lugar sagrado en el que reinaba un silencio reverencial. Hasta ese momento habían hablado en voz baja, pero fuera de la regia estancia, el Guardian se volvió a Tumnus y a Otus y con una sonrisa de complicidad les dijo:
– ¡Ahora vamos al templo del saber! Subamos a la biblioteca.
De nuevo tuvieron que subir por unas escaleras y atravesar varios claustros en los que se veía una actividad trepidante, nada normal en un lugar de tanta paz y quietud como era el Santuario. Iban y venían soldados de un lugar para otro. Se notaba que había nerviosismo en todos ellos, esa tensión que se vive en una ciudad que está a punto de ser cercada por los enemigos para conquistarla. Cuando pasaba el Guardián con los dos visitantes, los soldados se ponían firmes y todas las puertas se abrían inmediatamente. Así, al fin llegaron a las puertas de la gran biblioteca.
– Aquí hay que entrar en silencio – indicó el Guardián, mirando especialmente a Tumnus que todo el tiempo hacía un sinfín de preguntas-. Es un lugar de trabajo y estudio constante. No se debe hablar.
Tumnus se quedó maravillado por lo que vio al otro lado de la puerta. Bordeando las paredes, como si se tratase de una espectacular decoración, había cientos, miles, cientos de miles de libros colocados en estanterías a distintas alturas. En las cuatro esquinas de la biblioteca había escaleras de caracol para poder acceder a los distintos niveles. Tumnus contó siete alturas de pisos distintos en la biblioteca que rodeaban un amplio espacio central que estaba coronado por una cúpula de cristal. Y en cada uno de los niveles había también escaleras correderas que iban y venían de un lugar a otro para poder acceder a cada libro. Tumnus observó también un grupo de búhos -los bibliotecarios y depositarios de la sabiduría en Narnia- que, en cuanto vieron a Otus, el gran búho, se arremolinaron a su alrededor con veneración.
– ¡Calma, calma, muchachos! -dijo el búho- ¡Ya he llegado de la misión especial y no me ha pasado nada! ¡Vamos! ¡Vamos! ¡Todo el mundo a trabajar!
En el centro de la sala había diversos animales volcados sobre sus mesas. Eran tejones y comadrejas, sobre todo, que acumulaban una gran cantidad de pergaminos y botes de tinta de distintos colores.
– ¿Qué hacen? -preguntó Tumnus.
– Están copiando los libros más importantes de las Crónicas de Narnia -le explicó el búho-. Aquellos libros que cuentan nuestra historia y la historia de Narnia. Realizan copias que se reparten en todas las casas del reino.
– ¿Para qué? -volvió a preguntar Tumnus, a pesar de que el ratón le había dicho que estuviese en silencio. Era superior a sus fuerzas.
– Así mantienen viva de generación en generación la memoria de quiénes somos y de dónde venimos. Eso sostiene la esperanza del pueblo. La memoria es el germen de la esperanza.
De repente un soldado entró en la sala y se dirigió al ratón. La cara del soldado estaba descompuesta y había temor en sus ojos. Susurró algo al oído del Guardián del Santuario e inmediatamente se retiró. El ratón cerró un momento los ojos y se quedó en silencio. Al final respiró profundamente y les dijo al búho y al fauno:
– La Bruja Blanca ha comenzado la ofensiva. Es el tiempo de la guerra.
Capítulo 11 - LA MAGIA NEGRA
Jadis contemplaba fascinada el valle ardiendo por los cuatro costados. No quiero que quede ni un solo ser vivo, había dicho. Y había dado órdenes muy precisas sobre cómo hacerlo. El fuego encendido en puntos estratégicos del bosque hizo que toda la inmensa arboleda que rodeaba la montaña azul empezase a arder, a pesar de la nieve. Y en los caminos y lugares de paso la bruja había colocado a los más fieros orcos para que asesinasen a cualquier criatura que intentase huir del fuego. O morían presas del fuego o morían a manos de los orcos. No es una crueldad gratuita, decía la bruja a sus más devotos seguidores que la escuchaban con fascinación, es la lección necesaria para que todos los habitantes de Narnia aprendan quién manda aquí y qué pasa si se rompe el orden establecido. Luego, volviéndose a Dunkin, recapituló diciéndole con una media sonrisa:
– Es el precio de la paz.
En la cima de la montaña, desde uno de los puestos de vigilancia más altos del Santuario, el Guardian, el búho y el fauno pudieron ver el dantesco espectáculo de una hoguera interminable que arrasaba el valle y envenenaba el aire con su humo. Los ojos del fauno se llenaron de lágrimas de impotencia al ver tanto mal y destrucción.
– ¿Por qué lo hace? -preguntó lloroso- ¿por qué hace tanto mal sin sentido? Si destruye Narnia, ¿de quién será reina entonces?
El fuego duró tres días, al cabo de los cuales el valle quedó convertido en un inmenso erial calcinado. El color negro intenso contrastaba con el blanco impoluto del resto de las tierras narnianas. Una densa capa de ceniza cubría el valle y envenenaba el agua del gran lago que estaba a la falda de la montaña azul. Pronto empezaron a flotar en el agua peces muertos a causa del envenenamiento. Estas muertes imprevistas provocaron una mayor alegría en Jadis todavía, que contemplaba la escena eufórica.
– Me encanta este contraste -comentó jocosa la Bruja Blanca-. El negro y el blanco. La pureza que viene tras la purificación. El fuego y la nieve. Ciertamente son mis dos colores favoritos.
Erguida, en medio de tanta destrucción, se podía ver la montaña azul. Y en su corazón, encaramado en las crestas, bien lo sabía Jadis, estaba el Santuario. Era la fortaleza de los rebeldes, pero aún más importante, era el lugar donde se hallaba la mesa de piedra que contenía las leyes de Narnia grabadas en piedra por el mismo Emperador de Allende los Mares. Y, si eran ciertas las leyendas, también se encontraba allí el gran panteón real, con los restos de los primeros reyes de Narnia, a los que la Bruja Blanca despreciaba de una manera especial. El cochero y su mujer, decía cuando se refería a ellos. Jamás les llamó reyes, por mucho que el león les hubiese dado ese título.
– Si destruyo el Santuario y acabo con todo vestigio de la mesa de piedra mi reinado será eterno. Si aniquilo la memoria de sus reyes los habitantes de este lugar entenderán, de una vez por todas, que ya solo hay una reina en Narnia.
Pero la fortaleza era inexpugnable. Sus altivas paredes de granito flanqueadas por el lago hacían imposible a ningún ejército acceder a aquella fortaleza. Y Jadis lo sabía bien. Necesitaba encontrar un lugar por donde atacarla. Un punto débil. Por un momento pensó en chantajearles con la vida de Dunkin, quien sin duda sería muy querido para ellos. Pero sabía que era inútil. El enano moriría antes de traicionar a sus amigos.
– Estoy segura de que querrías morir – le dijo la Bruja Blanca a Dunkin en un momento de descanso, tras evaluar con sus generales la situación del ataque-, pero te mantendré con vida hasta que finalice esta guerra. Después dejaré que mis fieles amigos los orcos hagan contigo lo que quieran.
– Sabes que la victoria final nunca será tuya, bruja -le dijo altivo Dunkin-.
– Claro, claro… – contestó sarcástica- … la última palabra la tiene el amor, Aslan volverá, el bien siempre triunfa… Me conozco bien esa sarta de mentiras con las que mantienen viva vuestra esperanza y os engañan siempre. Deberías saber bien que en este mundo la verdadera fuerza es el poder, y que la espada y el fuego son la única palabra definitiva. Lo comprobarás cuando veas arrastrarse ante mí, mendigando clemencia, a todos los insurrectos del Santuario, muertos de hambre después de meses de asedio.
El que adoptó entonces un tono sarcástico e hiriente fue el propio Dunkin, que había dejado de temer a la bruja al comprender que lo único que ella podría hacer con él era acabar con su vida.
– ¿Esa es toda tu estrategia? -le dijo- ¿Un simple asedio y dejar que el hambre haga el trabajo por ti? Creo que sobrevaloré tus capacidades militares.
Un rugido de varios lobos fue la respuesta inmediata que Dunkin provocó con su ironía. Y si Jadis no los hubiese detenido, estad seguros de que se hubiesen abalanzado sobre el enano y lo hubiesen destrozado. Pero Jadis contuvo a los lobos con su mirada y se quedaron en silencio, expectantes.
La Bruja Blanca se acercó despacio hacia el enano, mirándolo fijamente a los ojos. Alzó la vara, de forma que todos pensaron que iba a convertirlo en una estatua de piedra. Dunkin la miró sin temor, preparado para el momento final de su vida. Pero en vez de lanzar un conjuro, Jadis dio un giro con todo su cuerpo y golpeó con fuerza al
enano con la vara, rompiéndole la nariz. Dunkin cayó al suelo y se quedó sangrando, con la mirada enrojecida.
– No he viajado a través de los mundos y los espacios para aguantar las insolencias de nadie, ¡estúpido! – respondió fríamente Jadis-. La guerra, el hambre, la peste y la muerte son mis jinetes desde que en Charm descubrí la palabra deplorable que podía acabar con la vida de un mundo entero. No dudé en utilizarla entonces y no dudaré en usar todo mi poder para destruir a quien se interponga en mi camino.
Jadis se acercó a la jauría de orcos que comenzaron a gritar, reír a carcajadas y golpear con sus armas en el suelo. Y lanzando una última mirada a Dunkin, la bruja lanzó un grito que todos pudieron oír y al que volvieron a responder con nuevos gritos de apoyo a su reina y señora.
– ¡No hay nadie más poderoso que yo en Narnia!
Una mirada maligna se dibujó en los ojos de Jadis. Por un momento Dunkin pudo entrever que el mal era mucho más profundo de lo que había imaginado nunca. Comprendió que hay una maldad que atraviesa la historia de todos los mundos, hiriendo de muerte todo lo que toca. Cuando los orcos y los lobos dejaron de jalearla con sus gritos y aullidos, Jadis volvió a tomar la palabra con un tono solemne.
– Hay una magia más poderosa que la magia insondable creada por el Emperador de Allende los Mares. Una magia igual de antigua y más potente, que ni el mismo Aslan puede dominar. Hay fuerzas que dominan el universo y que no están bajo el control de nadie, porque solo se deben obediencia a sí mismas. Hay un señor más poderoso que nos une a todos los que no queremos obedecer al Emperador y nos da la fuerza para ser verdaderamente libres.
– Nadie es más poderoso que Aslan, que creó este mundo -musitó Dunkin, todavía dolorido del golpe, intentando mantener la esperanza y retando con esta frase a la bruja delante de todos sus secuaces-.
Jadis miró Dunkin con una sonrisa, que parecía más bien una mueca de desprecio. Sin embargo, el enano pudo ver en los ojos de la bruja que algo terrible y maligno estaba pasando por su cabeza.
Entonces Jadis ordenó retirarse a todos y liberar al enano. Al principio los secuaces de la bruja no lo entendieron bien y ella tuvo que repetírselo. No comprendían qué estaba planeando la bruja. Temían que Dunkin huyese o atacase a su reina. Pero nadie se atrevió a replicar. Hicieron tal como Jadis les ordenó. Soltaron al enano y se marcharon en silencio, perdiéndose en la oscuridad. En unos minutos estuvieron solos frente a frente, sin nadie que pudiese escucharlos, Dunkin y la Bruja. Y un temor secreto y antiguo se apoderó del enano.
– Hay una alianza sellada a sangre y fuego entre todos aquellos que nos hemos unido en torno al Señor de la Libertad, el jefe que no acepta las órdenes del Emperador. Un pacto por el que podemos convocar a nuestros aliados en todos los mundos que existen para que nos apoyen en la gran guerra.
¿En verdad existen otros mundos más allá de Narnia? ¿Y pueden venir al nuestro? se preguntó Dunkin en su interior, todavía aturdido por el golpe que le había dado la bruja, con la sangre que seguía saliendo caliente de su nariz.
– Voy a hacer uso de esa antigua alianza y convocar el mayor ejército que jamás se haya visto en Narnia. Convocaré a las fuerzas del cielo oscuro, de la tierra tenebrosa, de los mares lúgubres. Traeré a Narnia de otros mundos a los monstruos y seres que nos permitan atacar el Santuario desde el cielo llegando a las más altas almenas, desde la tierra colándose entre las grietas, desde el agua, cercándolo desde el lago al pie de la montaña azul.
Jadis se retiró un momento aparte. Respiró profundamente y tomó entonces una antorcha de fuego que resplandeció con un color azulado en su mano. Por un momento el enano pensó en huir, pero estaba paralizado. Sabía que era inútil y que moriría a manos de los lobos y los orcos si lo intentaba. Así que se quedó como hipnotizado, contemplando a la bruja con la antorcha de fuego en su mano. Jadis comenzó a realizar unos movimientos rítmicos muy lentos, como si fuese un baile macabro, mientras musitaba palabras ininteligibles. Al final, tomando aire, gritó con fuerza:
– ¡Señor de la Libertad! ¡Muestra tu poder! ¡Abre las puertas del espacio y del tiempo!
Tras Jadis tomó una antorcha y dibujó en el aire un gran círculo de fuego y en su centro se abrió una negrura como Dunkin no había visto jamás. La bruja, al fin, levantó la mirada y se dirigió al enano.
– Con la magia negra he abierto una puerta a través de la oscuridad. Hoy vamos a atravesar esta puerta juntos. Y ya que no lo podemos hacer como amigos y aliados, lo harás ahora como mi rehén y prisionero. Serás el pago de sangre que debo hacer a mis aliados.
Y tomando al enano con sus manos, Jadis lo empujó hacia el centro del círculo de fuego y los dos se perdieron en él, engullidos por la oscuridad mientras la Bruja Blanca musitaba una palabra indescifrable.
Capítulo 12 - LA NOCHE DE LOS MONSTRUOS
Internarse en aquel círculo de oscuridad fue como zambullirse en un negro lago y que la oscuridad entrase en tu alma. No era simplemente que no hubiese luz, que no se pudiese ver nada. Era un sentimiento más profundo. La sensación de que alrededor tuyo no existía nada, ni siquiera la oscuridad. Y la certeza de que ese vacío insondable acabaría adueñándose de ti y fagocitando tu alma si aquello duraba apenas unos segundos más. Al menos así es como lo describió Dunkin posteriormente. Jamás había sentido nada igual. Solamente recordaba esa sensación, y la mano de la Bruja Blanca cogiéndolo firmemente por el brazo. No por miedo a que se escapase, sino porque en aquella oscuridad el enano podría perderse y acabar en algún mundo en el que nadie le pudiese encontrar.
Al fin una tenue luz apareció al fondo. Una luz de luna llena que, comparada con la oscuridad de la que venían, a Dunkin le pareció el más resplandeciente de los soles. Poco a poco las sombras empezaron a tomar cuerpo y el enano distinguió que se encontraban en medio de un bosque. Cuando recobró el sentido completamente vio a Jadis, rodeada de varios lobos y a un ser de piel oscura arrodillado a sus pies. Entonces, ante un gesto de deferencia de la bruja, aquel ser se levantó y se puso en pie. Su cuerpo era medio humano medio lobo. Sus ojos ardían con una extraña mirada de consciencia plena. Quien le miraba sabía que, en el fondo del alma de aquella criatura, había un ser humano torturado. Dunkin no había visto a ningún ser así antes en Narnia. Se trataba de un licántropo, un hombre lobo, de esos que son seres humanos normales hasta que la luz de la luna llena desata la maldición en la que viven y se convierten en la más terrible de las criaturas, hombres y lobos a la vez.
– Señor de los lobos y rey de la luna llena – dijo solemne la Bruja Blanca- vengo a renovar el pacto que en la noche de los tiempos nos unió a todas las criaturas oscuras.
El licántropo se irguió completamente y lanzó un aullido desgarrador. Su altura era muy superior a la de la misma reina Jadis. Dunkin sintió que el mal que se escondía en aquel ser solo era comparable al de la propia Bruja Blanca. Un mal que se había adueñado de aquel ser, un mal que lo había poseído y que cada luna llena reclamaba su reinado sobre aquella alma desolada.
– A cambio te prometo compartir el dominio del reino de Narnia contigo. Yo seré tu colaboradora en la tierra de los humanos, tú serás mi ayudante en el reino de Narnia.
Una jauría de lobos aulló en la noche y estremeció la sangre de los campesinos que vivían en los pueblos cercanos. Todos tenían las puertas y ventanas de sus casas bien cerradas en esta noche de luna llena. Sabían que en noches como aquella el monstruo, así lo llamaban, salía a la caza de sangre fresca.
– Y ahora hemos de despertar al señor de la noche -dijo Jadis al licántropo, que volvió a aullar-.
La Bruja Blanca salió del bosque seguida por del hombre lobo y se dirigió al antiguo caserón que estaba en la colina cercana. Sus viejos muros hacían ver que, aunque ahora solo quedasen las paredes derruidas, aquel caserón había sido en otros tiempos un castillo defensivo. Nadie vivía en él ya. Solo se percibían en aquel lugar las sombras del pasado y una oscura maldad que impregnaba cada rincón. Guiada por su instinto Jadis se dirigió hacia la parte trasera del edificio, donde encontró un viejo panteón familiar derruido, en medio de lo que había sido el cementerio del caserón.
– ¡Aquí es! -dijo Jadis al licántropo que, con una fuerza brutal, levantó varias piedras que impedían la entrada.
Al remover las losas, apareció una escalera que bajaba un piso por debajo de lo que había sido la tumba, a una antigua cripta. El licántropo se quedó fuera con la manada de lobos. A la cripta de la tumba solo descendieron Dunkin y Jadis.
– Me encanta este lugar -dijo la bruja al enano con un susurro que le heló el corazón-. Es como volver a casa después de un largo viaje y reunirse con viejos amigos.
En medio de la sala había un sarcófago. Jadis levantó su tapa con respeto y veneración. Malicia y sed de venganza se mezclaron en su corazón cuando vio el cuerpo, del que solo quedaban los huesos. Una estaca de madera atravesaba el corazón y había provocado su muerte.
– ¿Quién ha podido hacerte esto? -dijo la bruja mientras se acercaba a la tumba y arrancaba la estaca con su mano- ¿De quién hemos de vengarnos, querido amigo?
Al instante una densa niebla cubrió la tumba. El aire se hizo irrespirable, con el olor putrefacto de siglos de oscuridad. Un grupo de murciélagos salió volando, escapándose de aquel lugar, como pregoneros de un nuevo advenimiento que estaba a punto de ocurrir. Presentían que su señor, tras años de muerte y oscuridad, volvía al fin a la existencia. El cuerpo de aquel ser fue recobrando sus tendones, músculos y piel hasta recuperar de nuevo su aspecto humano. Cuando al fin despertó y abrió los ojos, aquel ser lo primero que vio fue a Jadis altiva y sonriente ante él.
– ¡Bienvenido seas, mi señor!
Como quien vuelve de un largo viaje y todavía no sabe muy bien dónde está, el recién llegado de la muerte respiró profundamente y guardó silencio por un momento. Al fin esbozó una sonrisa, miró a Jadis y le dijo:
– ¡Cuánto tiempo sin veros, mi reina!
Los vampiros que colgaban del techo de la tumba salieron volando de la cripta. Al poco tiempo un ejército de horribles seres voladores nocturnos se arremolinaba en torno a las ruinas del antiguo caserón para rendir honores a su amo y señor.
Cuando la bruja y el vampiro salieron de la tumba el espectáculo que presenció Dunkin fue aterrador. Un gran círculo de cientos de lobos presididos por el licántropo rodeaba la tumba en el suelo, y en el aire cientos de vampiros y murciélagos se agitaban dando vueltas alrededor, como a la espera de una orden. En medio de ellos la Bruja Blanca, majestuosa como una reina, fría como un témpano de hielo, reflejaba la luz de la luna destacando en medio de aquella oscuridad. Al fin, Jadis, tomó la palabra:
– Señores de los lobos y de los vampiros -dijo solemne-, en virtud del pacto que nos une os pido que vengáis en mi ayuda para derrotar a mis enemigos en el mundo del que procedo.
Todos los seres malignos que estaban rodeando a la bruja lanzaron un grito de guerra. Aullidos de lobos y gritos chirriantes de vampiros rasgaron el silencio de aquella noche. Jadis sintió un súbito sentimiento de poder y maldad al mirar el ejército que estaba reuniendo, sedientos de sangre y muerte.
Después de que todos lanzasen sus gritos de guerra, la Bruja Blanca hizo que se callasen. Y un silencio denso se apoderó del lugar. Los ojos de la bruja se volvieron azules y blancos. Su mirada perdida hizo comprender a todos que Jadis estaba entrando en contacto con el señor de todas las oscuridades y que, de nuevo, convocaba la magia negra.
Jadis dibujó de nuevo el gran círculo de fuego que rodeaba la oscuridad que le había permitido llegar desde Narnia al mundo de los humanos. Todos se quedaron sobrecogidos y dieron instintivamente un paso atrás. Al fin, tras un denso silencio, Jadis tomó la palabra:
– Esta es la puerta que une mi mundo y el vuestro – les explicó- Solo hay que atravesarla y decir el lugar al que uno desea viajar. Venid sin miedo, hermanos míos, y gritad a una sola voz conmigo.
Con una voz potente, como quien dirige un gran ejército, la Bruja Blanca gritó ¡Narnia! ¡El valle de la montaña azul! Dio un salto y se abalanzó sobre círculo de fuego al tiempo que cientos de murciélagos y lobos la seguían en el viaje a través de la oscuridad que los llevó hasta el valle de la montaña azul, donde se encontraba el Santuario.
Desde lo alto de una torre el Guardián, el búho y Tumnus contemplaban aquel extraño fenómeno con expectación y temor.
– ¿Qué está pasando, señor ratón? ¿Qué es ese círculo de fuego? ¿Y qué es esa nube negra que viene hacia aquí? – preguntó el joven fauno con temblor en sus patas de cabra.
– No lo sé -dijo el Guardián del santuario- Pero me temo lo peor- y dando un grito lanzó una orden a todos los soldados que había en lo alto de la fortaleza-. ¡Adentro todos! ¡Adentro!
La nube negra era, en realidad, el ejército de vampiros que, a través de los mundos, la Bruja Blanca había traído hasta Narnia para atacar el Santuario desde el cielo. Pocos minutos después de que el Guardián diese la orden de replegarse a la fortaleza un doble ataque de vampiros llegaba hasta el Santuario. Desde el suelo, subiendo por la escalera de caracol, ascendieron cientos de murciélagos volando hasta la gran sala de recepción que era la antesala del Santuario. Nada pudieron hacer por detenerles el ejército de centauros que custodiaban ferozmente la puerta del Santuario. Estaban preparados para batirse con la espada con los más fieros enemigos, con orcos, lobos y hasta gigantes, si hacía falta. Pero no pudieron resistir el ataque de los vampiros que se abalanzaron sobre ellos a cientos, como si fuera una jauría de pirañas voladoras que solo buscaban sangre. Uno de los centauros que custodiaba la puerta murió en el ataque. El resto tuvieron tiempo de refugiarse en la gran estancia subiendo la escalera de caracol.
– ¡¡Retirada!! -gritó Amalión, el capitán de los centauros, mientras intentaba liberar a su amigo que había caído presa de las pirañas voladoras.
– ¡Escapa, amigo! -le rogó en un grito agónico- O acabarán… contigo… ¡¡Salva!! ¡¡Salva el Santuario, Amalión!!
Lo último que el centauro pudo ver desde el suelo mientras intentaba quitarse de encima los vampiros fue al minotauro, capitán en jefe del ejército de la Bruja Blanca que alzaba su hacha para darle el golpe de gracia.
Con rabia en el corazón y lágrimas en los ojos, Amalión, el capitán de los centauros redobló el grito de retirada y ascendió por las escaleras hacia la gran sala de recepción en la que no hacía mucho el Guardián del Santuario había recibido a Tumnus y a Otus.
También a los soldados que estaban en la gran sala el ataque les pilló por sorpresa. En poco tiempo vieron cómo cientos de vampiros volantes, se transformaron en hombres sanguinarios que se lanzaron contra ellos y acabaron con sus vidas. Los centauros, que subieron por la escalera huyendo en ese momento, se sumaron a la lucha y consiguieron acabar con algunos de los hombres vampiros, pero pronto se dieron cuenta que era un esfuerzo inútil y que todos acabarían muriendo, así que decidieron abandonar la sala de recepción y refugiarse en el interior del Santuario. Tuvieron tiempo justo para cerrar el gran portalón y pedir refuerzos para sellar el túnel que llevaba hacia el panteón real. El ejército de la Bruja Blanca había conseguido su primera victoria en la conquista del Santuario. Ya era suya la antesala de los lugares sagrados.
La gran sala de recepción había quedado transformada en un campo de batalla y en un cementerio a la vez. Fue cuestión de poco tiempo el que una horda de lobos, con el licántropo a la cabeza llegase hasta la gran sala a través de la escalera de caracol y tomasen el mando.
– El cielo y la tierra son nuestros -comentó Jadis-. El señor de los vampiros y el de la luna llena están con nosotros. Ahora solo nos queda convocar al señor de las aguas para que arrasemos el Santuario a través del gran lago que está a sus pies.
La Bruja Blanca se concentró e invocó la antigua magia negra para abrir de nuevo la puerta de la oscuridad que une a todos los mundos. Jadis dibujó un gran círculo de fuego y convocó al Señor de la Libertad, como ella le llamaba, para viajar a través del tiempo y del espacio y pedir ayuda al rey y señor de todas las bestias marinas. Sabía que, si convocaba al gran monstruo del agua, se unirían todas las bestias que habitan en las profundidades abisales, monstruos de tiempos antiguos, que moran en la oscuridad de las aguas a donde jamás llega la luz.
– Tú, el más grande de los monstruos marinos, que desde hace cientos de años habitas en las oscuras aguas del Lago Ness, serás el azote definitivo del Santuario.
Y lanzando un grito Jadis cogió al enano Dunkin y volvió a cruzar el círculo de fuego y dirigirse hacia la oscuridad.
– ¡Al lago Ness! -grito la Bruja Blanca-.
– ¡¡Aaaah!! -gritó al mismo tiempo Dunkin al ser arrastrado por la bruja hacia un horrible mundo desconocido-
Y juntos se internaron en el círculo de fuego.
Capítulo 13 - UN DESTINO INESPERADO
Dunkin ya se estaba acostumbrando al viaje a través de la oscuridad al cruzar el círculo de fuego. Cerraba los ojos con fuerza y contenía la respiración esperando que el mal trago pasase cuanto antes. Pero esta vez algo no salió como Jadis había previsto. Porque al llegar al destino, en vez de las nublosas tierras de escocia que rodean el mítico lago Ness, un sol deslumbrante y enceguecedor recibió a la bruja y al enano.
No es fácil saber qué había ocurrido exactamente, pero según pudo deducir Dunkin posteriormente, un fallo inesperado en la magia negra había hecho que el destino final fuese otro distinto al que deseaba la Bruja Blanca. Quizás fuese la fusión del grito de Jadis y el alarido de Dunkin al entrar en el círculo de fuego. Quizás ocurrió que la bruja no pronunciase correctamente el destino, o que hubiese que decirlo en inglés. El caso es que Jadis y Dunkin no acabaron en la brumosa Escocia, en el lago Ness, sino en el centro de la luminosa España, en Leganés.
¡Imagínate el desconcierto de la bruja! Ella, que estaba tan acostumbrada a su invierno helado y a Narnia cubierta de nieve eterna, se encontró con un asfixiante calor que la dejaba reseca por dentro y por fuera. Y lo que para otros les da vida, el sol, desde el primer momento empezó a debilitar a la bruja y a sentir que acabaría con ella. No había sentido nada tan horrible desde que, en su viaje de Charm a Narnia, había estado en el bosque entre los mundos.
Poco a poco Jadis pudo abrir sus ojos y acostumbrarse al cegador sol. Comenzó a distinguir grandes edificios alrededor y carruajes sin caballos que corrían a toda velocidad de un lado a otro.
– ¿Dónde estoy? – preguntó un poco confusa. Y al fin, con gran rabia, gritó a Dunkin – ¿A dónde me has traído, maldito enano?
Pero cuando se volvió hacia él para agarrarlo, descubrió que había huido y ya no estaba a su lado.
– ¡Maldito sea! – gritó la Bruja – ¡¡Dunkin!! ¡¡Ven inmediatamente o me beberé yo misma tu sangre!!
Como te puedes imaginar Dunkin no tenía ninguna gana de volver a estar al lado de la Bruja Blanca. Y ella empezó a ponerse muy nerviosa:
– No puedo irme sin él -se dijo a sí misma Jadis-. Es el precio de sangre que he de pagar al monstruo. ¡He de encontrarlo sea como sea! No puede andar muy lejos.
Mientras tanto en Narnia la noche avanzaba. Los lobos y vampiros habían tomado el gran salón de recepciones. Los soldados del Santuario, con la ayuda de los centauros, apuntalaron las puertas que dan al pasillo que llevaba al panteón real y se habían hecho fuertes allí. Sabían que era cuestión de vida o muerte proteger esa puerta si no querían que cayese todo el Santuario.
Subiendo por la estrecha escalera de caracol, ya despejada de todo peligro, subió lentamente el licántropo, medio hombre-medio lobo, que finalmente entró en la estancia. Por un momento se hizo el silencio y todo ruido paró. Algo que extrañó a los soldados narnianos y que, por un momento, les dio la esperanza de que los lobos se hubiesen retirado. Pero nada más lejos de la realidad. Los lobos se apartaron de la puerta para dejar paso al gran hombre lobo que, con una fuerza descomunal, cogió un gran capitel que había caído en la batalla y la lanzó sobre la puerta de madera que, a duras penas, resistió el envite. El licántropo dio un aullido feroz, su gran grito de guerra, al que se sumaron todos los lobos que estaban en la sala y los cientos de lobos que rodeaban el Santuario. La última fase de la guerra iba a empezar.
También la batalla arreciaba en lo más alto del torreón. Allí la lucha se libraba en el cielo. Ese era el territorio de los vampiros. Los narnianos pronto descubrieron que los pequeños animales nocturnos sedientos de sangre se colaban fácilmente por las estrechas ventanas preparadas para disparar flechas. Y vieron que, una vez dentro del edificio, los pequeños vampiros se transformaban en seres con apariencia humana, dispuestos a luchar cuerpo a cuerpo contra los soldados. Pero no había nada que pudiese acabar con ellos, pues como todo el mundo sabe, no están ni muertos ni vivos, y por muchas veces que les clavasen las espadas, los vampiros ni se inmutaban. Era una lucha imposible de ganar para los narnianos, porque no puedes matar a quien ya está muerto. Muchos soldados murieron defendiendo esa parte de la fortaleza.
– ¡¡Retirada!! -grito el Guardián del santuario, que estaba en el puesto de lucha de la zona alta- ¡¡Bloquead todas las ventanas!! ¡No dejéis un hueco por el que puedan entrar esas alimañas!
Una bandada valiente de autillos y lechuzas salió de la biblioteca y atacó a los vampiros que acosaban desde fuera las ventanas del torreón. Eso dio tiempo justo para que los soldados pudiesen cerrar todos los lugares por donde se colaban los vampiros. Fue, sin duda una gesta que se narró durante generaciones entre las rapaces nocturnas. Aunque todas las aves que libraron aquella batalla murieron, nadie en Narnia olvidó jamás su entrega generosa.
Solo al amanecer, con los primeros rayos de sol, hubo un momento de tregua para los habitantes del Santuario. Los vampiros se retiraron del lugar, pues ya sabes que no soportan la luz del día, y el licántropo finalmente no pudo derrumbar la puerta, pues los centauros la defendían con valor. Y al fin, con la primera luz del día también el hombre lobo desapareció misteriosamente. Los lobos, sin su jefe, quedaron en guardia en el gran salón, para que nadie pudiese salir, pero no iniciaron un nuevo ataque. Sabían que debían aguardar a la
noche para que pudiesen realizar el ataque definitivo, de nuevo con la ayuda de sus líderes, el gran señor de los lobos y el señor de la oscuridad, el amo de los vampiros.
– ¡Buscad a los heridos! -indicó el Guardián-. Debemos mantener a raya a los lobos. Reunid fuerzas y ved si somos capaces de reconquistar el gran salón. Y a vosotras- dijo a las lechuzas y a Otus, el búho real- os toca descansar. Tenemos que estar preparados para el ataque que vendrá a la noche. Diré a las águilas que, ahora que no hay nadie atacando por el aire, vuelen por los alrededores por si encuentran herido a alguno de los nuestros.
Mientras tanto la tarde había llegado a las tierras de Leganés. El sol aplacaba un poco su fuerza y Dunkin no sabía muy bien a donde dirigirse. Tenía claro que no podría huir indefinidamente de la bruja. Además, no sabía qué hacer en ese lugar tan extraño en el que se encontraba perdido. Y, por otra parte, era muy consciente de que no podría volver a Narnia si la bruja no utilizaba su magia. Estaba realmente en una situación sin salida. Se sentó en el suelo de un jardín y se echó a llorar impotente.
– ¿Por qué lloras? -oyó de improviso que le decía una voz dulce.
Dunkin levantó la cabeza y vio a una niña rubia, como de unos diez años. Fue realmente una sorpresa para Dunkin, que no había visto jamás a un niño humano. Lo más parecido a un ser humano que había conocido era la Bruja Blanca, que ni siquiera era humana, claro. Así que jamás se había podido imaginar cómo serían los seres humanos de pequeños. Más bien pensó, por la estatura, que era una especie de enana bellísima. Como una enana angelical, pensó para sí Dunkin.
– ¿Se ha metido alguien contigo? – insistió la niña ante el silencio del enano, que no sabía qué decir-.
– Sí -dijo al fin. Aunque de repente le entró una terrible duda. ¿Sería aquella enana angelical capaz de entender lo que era una bruja, un fauno, los animales parlantes de Narnia o el mismísimo Aslan? Pero comprendió que no tenía otra persona a la que contarle lo que pasaba. Y, además, con su sonrisa, la niña le inspiró confianza – Hay una malvada bruja que quiere acabar conmigo y mis amigos-dijo al fin-.
Dunkin vio que a la niña que no le extrañaba nada de lo que le contaba. Al contrario, le escuchaba expectante. Así que se atrevió a contarle toda su historia desde el principio. Le habló del mundo de Narnia, del largo invierno sin Navidad al que la bruja había sometido a aquella tierra, del gran León creador de Narnia, del Santuario en la montaña… De repente, María, que así se llamaba la niña, alzó la mirada y pegó un grito.
– ¡Juan! ¡Juan! ¡Ven aquí! -llamó a un niño que estaba cerca en el parque y que María había reconocido a lo lejos-. Es un amigo – le dijo al enano bajando la voz -no te preocupes. Creo que nos puede ayudar a luchar contra la bruja mala esa.
Juan se acercó curioso hasta donde estaban María y Dunkin. Al principio había pensado que María estaba hablando con otro niño, pero luego vio que el niño tenía barba, así que debía ser un señor muy bajito.
– ¡Ven, Juan! -le dijo al niño, haciéndole un gesto para que se sentase con ellos-. Este es mi amigo y se llama Dunkin. Y hay una bruja que quiere transformarlo en una estatua de piedra. Y quiere dominar el mundo con un invierno que no se acaba. Y tiene a hombres lobos y vampiros trabajando para ella…
– ¿¡Qué!? – le dijo sorprendido el niño-.
– Pues que tenemos que ayudarle, ¿no?
En Narnia acababa de amanecer y las águilas rastreaban por todos los rincones del bosque calcinado. Todo había quedado arrasado, tal como ordenó la Bruja Blanca. Una gran mancha negra, como si fuese un zarpazo de muerte, dominaba el valle. Ceniza y árboles calcinados, aún humantes, eran los únicos testigos del gran incendio. Parecía que no hubiese quedado ningún ser vivo en los alrededores. Y, por supuesto, nadie se atrevería a acercarse al lugar donde se libraba la más poderosa batalla de todos los tiempos.
Cuando estaban ya a punto de volverse al Santuario, las águilas vieron una escena que les llamó poderosamente la atención. En un claro del bosque había un ser humano tumbado en medio del campo, como muerto, y a su lado dos castores se enfrentaban a cinco lobos que parecían querer abalanzarse sobre el hombre que yacía herido o muerto.
– ¿Qué hacéis con ese hombre? – dijo uno de los lobos, que parecía ser su jefe-. ¡No os atreváis a tocarle! ¡Es nuestro!
El señor y la señora castor se habían encontrado con el cuerpo medio desnudo de aquel hijo de Adán y se acercaron a ver qué le ocurría. Era lo último que esperaban encontrarse al salir del río tras la portentosa caída y nadar hasta la orilla. Sin saber muy bien qué hacer, se dirigían hacia el Santuario, cuando encontraron aquel hombre mal herido.
– ¡No os acerquéis! -les dijo el señor castor mostrando sus dientes en un alarde de valentía que admiró a la señora castor- ¡O tendré que vérmelas con vosotros! ¡Acabo de matar a un montón de los vuestros en el precipicio!
Eso ya no lo pareció tan oportuno a la señora castor, pues vio que, al oír ese comentario, a los lobos les brillaron los ojos con odio y una espuma sospechosa empezó a deslizarse entre sus colmillos.
Te puedes imaginar lo que les hubiese pasado a los pobres castores si en ese momento las águilas no hubiesen descendido con sus terribles garras sobre los lobos. Estos no esperaban este ataque por el aire y, aunque los cuervos con sus graznidos intentaron avisarles, todo fue demasiado rápido como para que pudiesen reaccionar. ¡No es tan fácil luchar contra veinte águilas en orden de batalla! Dos de ellas se encargaron de dar su escarmiento a los cuervos que huyeron despavoridos. Y el resto se abalanzó sobre los lobos. Fue una lucha épica que tu hubiese gustado ver. Al jefe de los lobos lo cogieron entre dos águilas, le elevaron al aire y lo lanzaron sobre el río. A otros que estaban a punto de atacar a los castores, los cogieron con sus terribles garras por el hocico. Te aseguro que no lo olvidarán nunca. ¡Eso duele! Y el resto de los lobos se escondió entre los árboles calcinados como pudieron. Al final el rey de las águilas descendió volando al lugar donde se encontraban los castores con el humano tendido en el suelo.
– ¡Gracias sean dadas a Aslan que os ha enviado! – dijo la señora castor que todavía se estaba recobrando del susto-.
– ¿Quién es ese hombre? -preguntó el águila-.
– No lo sabemos -dijo el señor castor-, pero debe ser un poderoso enemigo de los lobos, pues querían tenerlo a toda costa con ellos. Hay que ponerlo a salvo si no queremos que lo maten.
El águila lanzó un sonido agudo y otras tres águilas vinieron en su ayuda. Entre los cuatro llevaron volando al señor y la señora castor, junto con el hombre herido, al Santuario.
– No sé, si hacemos bien, llevándonos a este hijo de Adán-dijo el águila que llevaba al señor castor-.
– No te preocupes -le contestó-. Los enemigos de nuestros enemigos son nuestros amigos, ¿no?
– No estoy seguro, señor castor- cerró la conversación el águila, mientras remontaba el vuelo y se acercaban majestuosamente a la parte más alta de la montaña, donde se encontraba el Santuario.
Capítulo 14 - LA MÁS ALTA OCASIÓN QUE HAN VISTO LOS SIGLOS
El hijo de Adán estaba más muerto que vivo. El Guardián del Santuario indicó a dos soldados que lo llevasen a la enfermería y allí los más sabios de entre los animales narnianos, los chimpancés, buscaron recetas secretas que pudiesen sanar sus heridas y devolverle a la vida. Los chimpancés son muy buenos curando con las plantas medicinales, por si no lo sabías. Temieron que aquel hombre no sobreviviese, pero, poco a poco, fue mejorando. Aunque le costó unas horas recobrar la conciencia.
Quien estuvo más tiempo al pie de su cama fue el joven fauno, Tumnus, que sentía una curiosidad increíble por ese ser tan extraño – ¡un auténtico hijo de Adán! – de los que tantas veces había oído hablar en las viejas leyendas. Como no le dejaban participar en la guerra porque era demasiado joven, el Guardián del Santuario le había indicado a Tumnus que se quedase ayudando en la enfermería a los chimpancés. Y, entre todos los enfermos, con el que más tiempo pasaba era precisamente este humano.
– Hay que racionar los alimentos ‒indicó el Guardián a sus consejeros que se reunieron para analizar los daños de esa primera noche de batalla y prever estrategias para esa segunda noche, en el que redoblarían el ataque los lobos y los vampiros‒. No sabemos cuánto tiempo puede durar este asedio y hay que estar preparados para una batalla larga, por si acaso.
– Algo me dice ‒comentó el búho Otus, que pertenecía al consejo‒ que esta noche será definitiva. Ya hemos tenido muchas bajas en la primera noche. No sé si seremos capaces de resistir otra más. Además, no hemos visto a la bruja en este tiempo. Algo debe estar tramando.
En realidad, la Bruja Blanca no tenía ni idea de cómo discurría la guerra. En ese momento estaba ocupada en otras cuestiones. El día había sido especialmente duro para ella. Había perdido al enano Dunkin y el sol estaba agotando sus fuerzas. Sentía que le quemaba la piel. Así que buscó dónde refugiarse hasta el atardecer, en el que, con la oscuridad de la noche, se atrevió al fin a recorrer las calles de la populosa ciudad. Estaba ya desesperada y sin energías, a punto de un colapso que podría haber sido realmente grave, pues una bruja enfadada y sin control, como un animal a punto de morir, puede ser especialmente peligrosa. Pero en ese momento oyó a unos muchachos hablando entre ellos, sentados en un banco del parque, y su conversación atrajo su atención.
– ¡De verdad te lo digo! ¡Una bruja persiguiendo a un enano! ‒dijo uno de ellos‒ ¡Y se lo creía totalmente!
– Ya sabes cómo son los niños ‒comentó otro joven‒, siempre andan inventándose historias para llamar la atención.
Jadis se acercó, sin que se notase, para escuchar algo más de la conversación.
– Pues yo os digo que he visto al enano ‒exclamó un tercer muchacho algo más joven que los otros dos‒.
– ¡Venga, Juan! ‒se río uno de ellos dándole un golpecito en la espalda‒ ¡Que ya vas siendo mayor para creer en cuentos de hadas!
– Si yo no creo en lo de la bruja ‒dijo Juan un poco incómodo porque le tratasen como a un niño‒. Solo digo que al enano sí que lo he visto.
Jadis no pudo resistir más y se plantó en pie delante de los tres muchachos que se quedaron cortados al ver aquella señora alta, muy alta, tan extrañamente vestida, mirándolos fijamente a los ojos.
– ¿Dónde has visto al enano? ‒preguntó sin intentar ser amable en ningún caso, pues estaba agotada y al borde de un ataque de nervios‒.
– Pero ¿quién es esta tía? ‒dijo uno de los jóvenes‒. ¿La conoces tú, Juan?
Jadis, que no estaba ni para bromas ni para largos discursos, agarró por el cuello al muchacho que le había hablado con desprecio ‒ nunca llames tía ni nada similar a una bruja ‒, hasta casi ahogarlo y se lo acercó hasta su cara, dejándole los pies colgados sin poder tocar el suelo. Y es que la Bruja Blanca, ya sabrás si has leído el primer libro de las Crónicas de Narnia, tenía una fuerza descomunal en nuestro mundo.
– Soy Jadis, reina de Narnia, señora y destructora del mundo de Charm ‒le dijo al joven con una mirada que te hubiese congelado el corazón‒. Simplemente te estrangularé con mis manos si no me dices dónde está el enano. Para eso no necesito ninguna magia, imbécil.
El otro joven se abalanzó sobre la bruja con intención de darle un puñetazo y liberar a su amigo. Pero Jadis cogió en alto al muchacho que tenía agarrado por el cuello y, como si fuese una pelota, lo lanzó contra el que venía a atacarle. Los dos acabaron magullados y tirados en el suelo y salieron de allí corriendo como pudieron, llenos de magulladuras y moratones. No les resultó fácil explicar a sus amigos que una señora les había dado semejante paliza. Y todavía menos que fuese una peligrosa bruja venida de otro mundo. Así que decidieron decir que se habían caído mientras iban en una moto.
Juan aprovechó el lío de aquella pelea para huir sin que la bruja le viese e ir a buscar a su amiga, María, que había escondido a Dunkin en su casa.
– ¿Dónde está el enano? ¿Dónde lo has metido? ‒le preguntó jadeando Juan a María, todavía con el susto metido en el cuerpo‒.
– Pues en el jardín, entre los otros enanitos de piedra. Allí, si se queda muy quieto, nadie notará que está. Ni siquiera la Bruja Blanca.
– No sé si funcionará ‒dijo Juan, que ya no se atrevía a contradecir a la niña‒. Pero tenemos que hacer un plan para derrotar a la bruja y llevarla de vuelta a su mundo. ¡Acabo de encontrarme con ella! ¡Y es muy peligrosa!
Por un momento María se asustó pensando que la bruja estaba cerca y que ya había encontrado a su amigo Juan. Sabía que era cuestión de tiempo ‒ de muy poco tiempo ‒ el que también les encontrase a ellos dos y a Dunkin.
– ¿Y qué hacemos? ‒preguntó María‒.
– Tenemos que juntar un gran ejército ‒contestó Juan inmediatamente‒. Si la bruja ha reunido a las fuerzas del mal, como nos ha dicho Dunkin, nosotros hemos de llamar de todos los lugares del mundo a quienes quieran luchar contra la bruja.
– ¿Y a quién se lo vamos a decir? ‒preguntó la niña con unos ojos muy abiertos‒. ¿A la policía?
– Me parece que si le decimos a la policía que hay que atrapar una bruja que ha venido de otro mundo no nos van a hacer mucho caso. Yo diría que mejor es decírselo a todos nuestros compañeros de los colegios. Ellos sí que nos creerán.
– Pero además tendremos que pedir ayuda a Aslan… ¿no? ‒le dijo con ingenuidad María, aunque no estaba muy segura de si Juan sabía quién era el gran León‒.
– Toda ayuda, venga de donde venga, y más si es del cielo, es buena para derrotar a la Bruja Blanca ‒contestó convencido Juan‒. Esta batalla será la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros.
María se quedó con la boca abierta mirando a su amigo. Y por un momento se imaginó al gran ejército que podrían reunir. Se imaginó la batalla que iban a librar contra la Bruja Blanca. Y veía a su amigo Juan como el gran capitán que dirigiría todos los ejércitos que derrotarían al mal en este mundo.
Aunque no sabía muy bien cómo sucedería todo eso, claro.
Capítulo 15 - LOS PREPARATIVOS DE LA GRAN BATALLA
Se acercaba la noche tras la relativa calma que habían vivido en el Santuario durante el día. La noche anterior había sido especialmente cruel. El ataque de los lobos, vampiros y demás monstruos habían sido valientemente rechazados por los habitantes del Santuario. Pero todos eran conscientes de que, salvo que recibiesen ayuda, no podrían resistir mucho tiempo. Las águilas habían volado durante aquel día, tras encontrar a los castores y al misterioso hombre herido. Volaron muy lejos, fuera del valle, a todos los lugares donde había narnianos libres. Pero no pudieron encontrar a nadie que tuviese fuerzas y armas para oponerse a la bruja y su ejército. Al atardecer volvieron a la montaña azul para transmitirle al Guardián del Santuario que estaban solos ante el ataque de los ejércitos de la bruja. Nadie vendría a ayudarles.
El misterioso hombre herido que habían encontrado los castores en el bosque se fue recuperando poco a poco a lo largo del día. Todo el mundo estaba intrigado y deseando conocer a ese ser humano. El Guardián del Santuario, en cuanto recuperó la consciencia, tuvo una larga conversación con él para averiguar su origen.
– Debe de padecer una especie de amnesia ‒comentó al salir de aquella conversación el ratón‒. Dice que no se acuerda de nada. Y es sincero.
– Pero ¿de dónde viene? ‒le preguntó Tumnus‒.
– Del mundo de los humanos ‒respondió el ratón‒. Del lugar del que vinieron nuestros primeros reyes, Frank y Helen, pero de otra ciudad muy distinta. Parece ser que su mundo es muy grande, lleno de seres insospechados.
– ¿Y puedo ir a hablar con él ahora que se ha despertado? ‒preguntó Tumnus al ratón con una sonrisa que era una súplica‒.
– Sí, puedes ‒dijo tras pensarlo un poco‒, pero no le canses mucho con tus preguntas.
En realidad, Tumnus había estado muy cerca de aquel hombre desde que llegó. Le había estado cuidando al ver que estaba malherido. En cuanto supo que había recobrado la conciencia Tumnus le trajo su comida favorita. Y se hicieron, casi al instante, amigos. Parecía que nadie hubiese tratado de esa forma tan compasiva a aquel ser humano anteriormente. Aunque, todo hay que decirlo, al principio le resultó un poco raro al hijo de Adán acostumbrarse a charlar con un ratón o a jugar al ajedrez con un fauno, mitad ser humano mitad cabra. Pero, así es la vida, uno se acostumbra a todo.
Como se acostumbraron Juan y María a estar con un enano y a huir de una bruja. Nadie se lo creería si se lo cuentas. Salvo que esa bruja te haya pegado una paliza, como les pasó a los amigos de Juan. Entonces crees en brujas, enanos y en todo lo que te digan. Esa misma tarde, en cuanto Juan supo que la bruja estaba furiosa buscando al enano por todo Leganés, reunió a sus amigos para convencerles de que le ayudasen a luchar contra ella. Había que actuar con rapidez.
– Ya os he dicho que es peligrosa ‒les dijo Juan a todos sus amigos reunidos en un consejo de guerra‒. Tenemos que hacer algo.
– Pero ¿cómo se lucha contra una bruja? ‒preguntó un muchacho más jovencillo, que se notaba que tenía un poco de miedo‒.
– Pues, no sé… es muy fuerte y puede viajar de un mundo a otro. Y quizás sepa hacer más trucos de magia ‒dijo María‒. Dunkin me ha dicho que puede convertir a una persona en estatua de piedra.
– ¡Anda! Por eso hay tantos enanitos de piedra en nuestros jardines… Y tantas estatuas por todos los sitios.
– Yo creo que esas las ha puesto el ayuntamiento… Pero ¡vete a saber! ‒concluyó Juan la conversación‒. Propongo que juntemos a un gran ejército de niños. Todos los que podamos, cuantos más mejor. Se lo diremos a nuestros amigos. ¡A todos los niños del mundo! ¿Os imagináis a miles de niños luchando contra la Bruja Blanca? ¡Nunca podrá derrotarnos!
Dunkin había estado callado durante toda la conversación. Los niños lo miraban de reojo de vez en cuando. ¡No se ve un enano venido de otro mundo todos los días! Valoraba mucho la valentía de sus nuevos amigos, pero pensaba que no eran conscientes de hasta qué punto era peligrosa y malvada Jadis. No quería asustarlos, pero a la vez no podía dejar que la bruja les hiciese algo a ellos y su mundo, como había hecho con Narnia y los narnianos. Al fin, Dunkin habló midiendo bien cada palabra.
– Jadis, la Bruja Blanca, es más peligrosa de lo que pensáis. Destruyó su mundo, Charm, con el uso de la palabra deplorable. Tenía un poder de destrucción como no se ha visto jamás. Y en Narnia nos ha traído el invierno sin fin y el poder de la magia negra. En vuestra tierra parece que no tiene el poder de la magia, pero tiene una fuerza insuperable y, sobre todo, mantiene una maldad que la hace muy peligrosa. Lo mejor que podríamos hacer por vosotros es mandarla de nuevo a otro mundo. Si no, acabará siendo la reina de la tierra.
– ¿Y cómo se vence a una bruja? ‒volvió a preguntar uno de los muchachos‒.
Entonces a María, la niña que encontró a Dunkin en la calle, se le iluminaron los ojos. Con una gran sonrisa les dijo a todos:
– A una bruja mala, se le vence con haciendo el bien.
– ¿Cómo dices? ‒preguntó Juan, que sabía más de guerras que de brujas‒.
– ¡Está claro! ‒respondió María, como si le explicara a un niño más pequeño algo evidente‒. Al mal se le vence con el bien, ¿no?
– ¿Seguro? ¿No habría que formar un gran ejército y tenderle una trampa? ‒insistió Juan‒.
– Al mal se le vence con el bien… ¡y con la ayuda de Aslan! ‒contestó decidida María‒ ¿No es verdad, Dunkin?
El enano sonrío por primera vez desde hacía mucho tiempo. No sabía muy bien cómo podrían vencer a la Bruja Blanca, pero el nombre de Aslan infundió valor en su alma. Y el corazón sencillo de su nueva amiga le hizo ver que todavía quedaba esperanza.
Entonces ocurrió algo que Dunkin no olvidaría nunca. Un calor suave llenó todo su ser y le hizo sentir que esa esperanza era tremendamente real. Casi podía tocarla. Y, al principio como el susurro de una brisa, después como el trueno de una tormenta, el enano oyó con claridad que alguien le llamaba por su nombre ¡Dunkin, Dunkin! No hacía falta que nadie le dijese de quién era aquella voz. Era la voz que un día le dijo que tenía que luchar contra la Bruja Blanca. Era la voz que tantas veces le había sostenido en sus miedos mientras vivía en el castillo de Jadis como espía. Era la voz que le había animado a dar la vida por sus amigos, si hacía falta. Era la voz de Aslan. Pero esta vez era una voz más densa, más real, más cercana. Aslan, aunque Dunkin no lo podía ver, estaba allí con él.
– ¡Habla, Señor! ‒dijo al fin el enano‒.
– No temas mi valiente amigo ‒ le habló Aslan al corazón ‒. Diles a todos que yo tengo todo el poder y que el mal no tendrá nunca la última palabra. Pronto, muy pronto, dos hijos de Adán y dos hijas de Evan llegarán a Narnia para derrocar a la Bruja Blanca y restaurar mi reino. Y yo volveré con ellos. Estoy ya muy cerca.
– ¿Ya vienes, entonces, a defender el Santuario? ‒preguntó Dunkin‒.
– Todavía no, amigo mío ‒oyó Dunkin que respondía la voz serena y profunda de Aslan‒, todavía no. El tiempo de la promesa todavía no se ha cumplido. Sin embargo, vuestra lucha y perseverancia no será en vano. Mantendrá viva la esperanza en un pequeño resto de narnianos hasta que yo vuelva a tomar lo que es mío.
Y soplando sobre Dunkin, Aslan le susurró una melodía al oído que se le grabó en el corazón. La voz de Aslan, convertida en música, recreaba el mundo y devolvía la esperanza a quien la escuchaba.
– ¡Canta, amigo! ¡Y que tu canto llegue a todos los rincones de este y de todos los mundos! La magia insondable se hace música y baile. Y hasta el Emperador de Allende los Mares danza con la promesa de la fidelidad de su amor.
Una sonrisa, que los niños pudieron ver, se dibujó en los labios de Dunkin. Todos se habían dado cuenta de que algo le estaba pasando al enano. Se había quedado como pensativo, sin hablar, con los ojos cerrados. Lo único que ellos vieron fue esa sonrisa en su rostro. Porque ninguno de ellos pudo escuchar la voz de Aslan, solamente el
enano. Aunque todos creyeron que realmente Aslan le había hablado, cuando Dunkin les contó lo que el gran león le había dicho. Y eso hizo renacer la esperanza en los niños.
La misma esperanza que empezaba a desfallecer en Narnia.
El ataque de esa noche se preveía especialmente duro. Desde que los últimos rayos del sol se pusieron tras el horizonte las huestes de vampiros revoloteaban por toda la montaña. Los había convocado el gran vampiro, señor de la noche, que se hizo especialmente presente en este segundo asalto. Su silueta se recortaba amenazadora contra la luna llena. Estaba expectante, como esperando una señal para lanzar un último ataque mortal.
Los lobos se fueron reuniendo también a las puertas del Santuario y en la gran sala de recepción, que habían ocupado la noche anterior. Se les notaba especialmente nerviosos, ansiando la llegada de alguien, aullando sin cesar. Sabían que pronto, con la luz de la luna, volvería el licántropo, su guía y jefe.
El ejército de soldados de la bruja, especialmente los gigantes, que acababan de sumarse a la batalla desde las tierras del sur, golpeaban las espadas contra los escudos haciendo un ruido ensordecedor. Los orcos encendían antorchas de fuego aquí y allí, en parte para calentarse, pero sobre todo con el deseo de hacer arder la fortaleza de los narnianos. El minotauro, jefe de los ejércitos en ausencia de la bruja, perfilaba en un mapa el golpe mortal que acabaría con los
insurrectos aquella misma noche. Por fin todos los ejércitos del mal que Jadis había conseguido convocar rodearon el Santuario impidiendo la entrada o salida a cualquier ser. Si su reina volvía pronto, estaría realmente orgullosa de ellos.
También dentro de la fortaleza se palpaba el nerviosismo. En el gran pasadizo que daba a la sala de recepción ocupada por los lobos, se reforzaron los diques de contención. Las ventanas de todo el Santuario estaban tapiadas por maderas, para que no entrase ningún vampiro. Por ello, una oscuridad estremecedora reinaba en el interior. Solo podían ver gracias a las luces de las antorchas, que iluminaban algunas de las estancias. Un silencio tenso se palpaba en el ambiente. Los soldados apenas hablaban, solo susurraban dándose ánimos unos a otros en voz baja.
Ajeno a todo lo que ocurriría esa noche, Tumnus se mostraba alegre y confiado. Sin saber muy bien por qué, se dirigió hacia la enfermería, donde seguía convaleciente el hijo de Adán del que se había hecho tan amigo.
– ¡Hola! ‒le dijo Tumnus con una sonrisa‒ ¿cómo estás?
– ¡Márchate! ‒gritó de improviso el hombre con una mirada perdida y llena de pánico‒ ¡Vete, Tumnus! Es mejor que te vayas…
– Tranquilo, que solo es un ataque más, como el de ayer ‒le dijo el joven fauno despreocupado‒. Ya verás cómo nuestros soldados consiguen parar a esa jauría y les damos su merecido. Los centauros son muy fuertes…
De repente una convulsión golpeó el cuerpo del hombre y rebotó sobre la cama. Tumnus se quedó petrificado. No entendía qué le estaba pasando a su amigo. El hombre quedó como muerto, con los ojos totalmente blancos. Cuando el fauno se acercó para ver qué le pasaba, otra convulsión hizo saltar el cuerpo del hijo de Adán hasta arrojarlo al suelo y retorcerlo como si estuviese poseído por una fuerza demoniaca. Un sudor frío recorrió la frente del hombre hasta que, finalmente abrió la boca para hablar. Y su voz le pareció a Tumnus desgarrada y profunda, como venida de otro mundo.
– ¡¡No es una noche, más!! ¡¡Esta no es una noche más!! ‒gritó el hijo de Adán‒ ¡¡Esta es la noche, es la noche, es la noche!!
Y alzándose en pie, con todo su cuerpo tensionado, lanzó un último grito suplicante mirando a Tumnus:
– ¡Huye, si quieres salvar tu vida!
Tumnus, muerto de miedo salió corriendo de la habitación y cerró la puerta de un golpe. Miró por la ventana y vio la excitación de los lobos que rodeaban la fortaleza. Al sentir la presencia de la luna llena iluminando el valle, miles de lobos lanzaron lo que parecía un grito de bienvenida. Cientos de aullidos rompieron el silencio de la noche, convocándose unos a otros para la batalla definitiva. Solo esperaban una orden. Sabían que su señor volvería una vez más, como cada vez que brillaba la luna llena, para guiarles en la lucha.
En la sala de curación hubo un grito desgarrador. Tumnus no podía ver nada, pero oía perfectamente los golpes, los aullidos, los gritos y los lamentos. Era la pelea a vida o muerte entre un hombre y un lobo. Al fin, tras un largo momento de silencio, un gran aullido de lobo rasgó la noche, respondiendo a los de su raza.
El lobo había derrotado al hombre, como cada luna llena.
Entonces todos supieron, los habitantes del Santuario y el ejército de la Bruja Blanca, que el licántropo había conseguido, de alguna forma misteriosa, entrar dentro de la fortaleza. El Guardián comprendió inmediatamente el gran error de haber introducido dentro del Santuario a aquel hombre herido, que no era otro que el licántropo en su forma humana. Y con una desgarradora claridad entendió que, con el hombre lobo dentro del Santuario, la derrota sería ya solo cuestión de tiempo.
De muy poco tiempo.
Capítulo 16 - DERROTA Y VICTORIA
Habían pasado solo dos días desde que Jadis llegó desde Narnia a este extraño país del sol y de la luz. Pero estos dos días se le hicieron a la Bruja Blanca un auténtico suplicio. El sol quemaba su delicada piel, pero no podía seguir escondiéndose en las sombras si quería encontrar a ese maldito enano, se decía a ella misma. La única pista que tenía era la de aquellos jóvenes impertinentes que lo habían visto, pensaba. No podía perder ese hilo si quería atrapar a Dunkin.
Pero algo muy extraño estaba pasando esa mañana. Primero fue un pequeño grupo de niños, todos vestidos de blanco lo que llamó su atención. Por un momento pensó si irían vestidos así en honor a ella, la Bruja Blanca. Pero pronto esa idea se le borró de la imaginación. Vio que aquellos niños portaban una bandera con un gran león dibujado y la hondeaban al aire mientras gritaban ¡Por Aslan! ¡Por Narnia! Si no fuese porque el sol seguía brillando con fuerza y arañando su piel, Jadis hubiese pensado por un momento que se encontraba en Narnia ante una revuelta de los enanos. Pero no, no estaba en Narnia. Llegó hasta ella un griterío infernal que le hizo volver a la realidad. Alzó la mirada y observó la calle entera. Era una auténtica riada de pequeñas criaturas humanas vestidas de blanco que habían tomado las calles de la ciudad. Miles de niños formaban un auténtico ejército y lanzaban gritos atronadores aclamando a Aslan.
Jadis siguió a aquella marea de jóvenes humanos sigilosamente. Parecía que todos se dirigían hacia una gran plaza, situada en medio de la ciudad. Era una auténtica riada de niños la que entraba y salía de aquel lugar. Había música, bailes, risas… La bruja vio que los niños iban amontonando cajas y más cajas en medio de la plaza. Con una gran curiosidad se dirigió a uno de los niños más pequeños y le preguntó con voz impostada.
— ¿Qué haces aquí, mi joven humano? ?se notaba que intentaba ser amable con el niño, pero ni aun así le salía muy bien. Ya sabes, las brujas pueden engañar, pero siempre se les nota que son falsas, incluso cuando sonríen?.
— Pues estamos trayendo alimentos ?contestó el niño?. Queremos reunir muuuuchos víveres para dar de comer a los que más lo necesitan.
— Ya veo, ?dijo la bruja con un cierto gesto de repugnancia?. Siempre hay gente pobre que necesita ayuda.
— Sí, estos son para dárselos a un grupo de narnianos ?le dijo el niño a Jadis, bajando la voz?. Están sufriendo el asedio de una malvada bruja que les quiere dejar sin comer.
Te puedes imaginar la cara que puso Jadis cuando oyó aquello y levantó la mirada. Eran miles de niños trayendo comida que colocaban en el centro de la plaza. Lo de menos para la bruja era saber cómo pensaban esos niños llevar la comida hasta Narnia. No podía descartar que Aslan pudiese usar algún tipo de magia para hacerlo. Igual podrían utilizar la magia insondable. Aunque lo realmente preocupante para la bruja era que Dunkin había conseguido movilizar a todas estas criaturas y sumarlas a su causa. ¡En apenas dos días! ¿Cómo demonios lo habría conseguido?
— ¡Oh! Así que hay una malvada bruja… ?preguntó con aire inocente Jadis?.
— Sí, es muy fea y muy vieja y muy mala y… ?le contestó el niño mientras la cara le iba cambiando a la Bruja Blanca. Jadis hubiese fulminado al niño inmediatamente, pero no lo hizo porque necesitaba encontrar la información que buscaba?.
— ¿Y quién os ha contado todo eso? Me encantaría ayudarle a encontrar a esa bruja…
— Ha sido un gran sabio que ha venido de otro mundo. El señor Dunkin, se llama. Nos vamos a reunir con él en la Plaza Mayor. ¿Te vienes? ?le dijo el niño mientras le ponía entre las manos a la bruja una bandera con el nombre de su colegio y comenzaba a gritar a una sola voz con miles y miles de niños ¡Por Aslan! ¡Por Narnia!?.
Como ya te imaginarás aquello fue uno de los peores momentos que pasó la Bruja Blanca en toda su vida. No podía soportar verse rodeada de esa multitud de niños humanos gritando a favor del León. La riada de niños ocupaba toda la calle y, gritando y cantando, se dirigía hacia una gran plaza rectangular, rodeada de edificios, con una gran tribuna al fondo. Aquel era el lugar en el que, sin duda, el enano había convocado a los niños, pensó Jadis. Y no se equivocaba. En poco tiempo estaría llena de miles y miles de niños.
Mientras tanto la situación en el Santuario se complicaba. El ataque de los lobos arreciaba en las puertas. Los vampiros rondaban alrededor de las almenas y golpeaban en las ventanas. Los centauros hacían todo lo posible para detener a los lobos en la gran sala, como la noche anterior, bloqueando el gran portalón que daba paso al panteón real.
Fue entonces, mientras bloqueaban la puerta para que no entrasen los lobos ni los gigantes, cuando la figura monstruosa del licántropo se acercó a los centauros por la espalda. El licántropo lanzó un grito atormentado que paralizó a todos llenos de terror.
Era imposible luchar en los dos frentes a la vez. La puerta estaba a punto de ceder ante los golpes de los gigantes y el licántropo sediento de sangre les atacaba desde dentro.
Con una fuerza descomunal el hombre lobo cogió a uno de los soldados y lo lanzó contra los demás. Los centauros abandonaron la defensa del portalón, que estaba siendo asediada y se pusieron a luchar contra el licántropo. A dentelladas y golpes el hombre lobo se abrió camino hasta el gran portalón de la sala y abrió las puertas a una jauría de lobos que entraron en tropel y atravesando el túnel llegaron al panteón real, donde se conservan las tumbas de los primeros reyes de Narnia, Frank y Helen.
El dolor más hondo que puede sentir alguien es, sin duda, cuando se profana lo que lo que más amamos. Y eso era el panteón real para los narnianos. Sonaron las trompetas y los cuernos llamando a todos los soldados a luchar para defender el lugar más sagrado de toda Narnia. Y no hubo nadie en el Santuario que, ante esa llamada, no acudiese corriendo en auxilio de los lugares santos.
— ¡Apártate, bestia inmunda! ?gritó Amalión, el capitán de los centauros a un orco que se había puesto en pie sobre la mesa de piedra?. ¡Nadie profana la mesa de Aslan!
El orco se puso a reír al oír aquello. Pero la risa le duró bien poco, porque Amalión le arrojó una lanza que le traspasó el corazón. El orco cayó al suelo y un reguero de sangre negruzca manchó la mesa de piedra y tiñó de rojo las leyes esculpidas que les había otorgado el Emperador de Allende los Mares. Era la primera vez que se derramaba sangre sobre ese lugar santo.
La valiente defensa de los centauros fue en vano. Junto a los lobos habían entrado orcos y gigantes que acabaron con la vida de los que defendían estos sagrados lugares. Los gigantes, especialmente, parecían disfrutar lanzando grandes piedras y destrozando las lápidas donde descansaban los restos de los reyes de Narnia.
— ¡Acabad con esas tumbas! ?gritó el minotauro, el capitán en jefe de la Bruja Blanca, que entraba en ese momento en el panteón real? ¡No hay más reina en Narnia que Jadis!
Amalión no pudo soportar aquello. Recordó a su hermano centauro muerto a manos del minotauro a las puertas del Santuario, y con todas sus fuerzas se abalanzó sobre el minotauro blandiendo su espada:
— ¡¡Por Narnia!! ¡¡Por Aslan!! ¡¡Y por mis hermanos!!
Nunca habrás visto luchar a nadie con más coraje que a Amalión contra el minotauro. El minotauro paró el golpe de la espada con su escudo, pero trastabilló y dio varios pasos atrás, perdiendo el equilibrio. Amalión aprovechó ese momento para coger el hacha que llevaba el orco que había muerto en la mesa de piedra. Y con el hacha en una mano y la espada en la otra se lanzó a por el minotauro.
— ¡Solo Aslan es el rey de Narnia! ?gritó Amalión poniéndose de pie sobre sus dos patas traseras y levantándose imponente para acabar con el minotauro con el hacha en la mano?.
Pero Amalión no pudo acabar con él. En ese momento el hombre lobo acababa de entrar en el panteón real. Vio al centauro en pie y al minotauro abatido en el suelo y, con una fuerza descomunal, el licántropo se lanzó hacia el centauro con un gran salto. El hombre lobo cogió por la espalda a Amalión, montándose sobre su grupa, como si fuese un colosal jinete. Y con sus poderosas garras desgarró el cuello del centauro que cayó al suelo desangrándose. En unos minutos Amalión yacía muerto en el suelo.
Un silencio de muerte se apoderó de la sala. Cadáveres de narnianos caídos en la defensa del lugar, animales y centauros yacían en la sala junto a algunos lobos y orcos muertos también en la pelea. Y lo único que quedaba de aquel imponente lugar eran restos de piedras esparcidos por la gran sala. Desolación y muerte se había apoderado del lugar. Y tras un momento de silencio, finalmente, un grito de regocijo y sed de sangre se apoderó del ejército de la Bruja Blanca. Especialmente los lobos mostraban su alegría al encontrarse de nuevo con el jefe de la manada, con el gran licántropo, que chorreaba sangre por las heridas que le habían infringido los centauros en la lucha.
En la gran biblioteca el Guardián del Santuario intentaba dar ánimos a los valientes narnianos que se habían refugiado en ese precioso lugar, templo del saber y de la memoria. Tumnus estaba muerto de miedo, aunque disimulaba lo mejor que podía. Y los señores castores lloraban y se abrazaban, dándose cuenta de que habían introducido en el mismo corazón del Santuario a aquella bestia terrible. Se sentían terriblemente culpables y no hacían más que lanzar gritos de desesperación.
— ¿No vendrá Aslan a ayudarnos? ?lloraba Tumnus? ¿Por qué nos ha abandonado?
El Guardián dio un gran suspiro sin saber qué decir mientras los alaridos de los orcos se oían cada vez más cerca y el revolotear de los vampiros se adueñaba de todas las estancias, pues el licántropo había abierto también las ventanas del torreón para que el gran señor de la oscuridad, el vampiro, pudiese entrar con todos sus alados secuaces.
— Todo está perdido ?dijo el ratón?, pero nunca podemos perder la esperanza en Aslan.
Entonces con un golpe seco se abrieron de par en par las puertas de la biblioteca. Entraron un sinfín de vampiros y murciélagos que revolotearon hasta la gran cúpula que coronaba la estancia lanzando sonidos chirriantes que traspasaban los oídos. Majestuoso y frío, sin ninguna prisa, entró el gran vampiro, el señor oscuro, seguido del hombre lobo.
— Ha llegado la hora de beber un poco de sangre fresca ?dijo el señor de los vampiros con una sonrisa malvada entornando la mirada hacia Tumnus y mostrando sus colmillos ligeramente?.
Una ráfaga de hielo recorrió el corazón de Tumnus.
También Dunkin sintió un gran escalofrío en ese mismo instante. Porque justo, al mismo tiempo que el vampiro se acercaba al fauno, la Bruja Blanca hacía su entrada en la gran plaza. El enano la vio en la distancia. La conocía muy bien, por desgracia. Y su sola presencia le hizo temblar de dolor. Mientras tanto, miles de niños reían y jugaban, cantaban y se divertían, sin saber que el momento definitivo había llegado. Los niños coreaban canciones al ritmo de los tambores de un grupo de hijas de Eva llegadas de todos los rincones del mundo para unirse a aquella fiesta. Los jóvenes lanzaban gritos de alegría y bailaban sin cesar. Para ellos aquello era un juego divertido y una gran fiesta.
Dunkin, sin embargo, sabía que en ese momento se jugaba la vida. La estrategia para atraer a la Bruja Blanca había dado resultado. Ella estaba al fin en aquella plaza. Ahora era el momento de ver cómo conseguía devolverla a Narnia, y descubrir si el plan que Aslan le había revelado daba resultado. Confiaba en Aslan, por supuesto, pero eso no le quitaba el temor que sentía hacia Jadis ahora que la tenía tan cerca.
— Os traigo un mensaje de esperanza ?gritó Dunkin a los miles de niños que coreaban alegres?. Aslan, que en vuestro mundo tiene otro nombre, no nos abandonará nunca en la lucha contra el mal. El bien es más fuerte que el mal. Aslan es más fuerte que la cobarde Bruja Blanca.
Aquella provocación -sí, claro, Dunkin lo había hecho adrede para molestar a la bruja- hizo que Jadis finalmente se dirigiese airada hacia la tribuna desde donde el enano se dirigía a la multitud. Dunkin observaba desde arriba cómo se abría paso, cada vez más nerviosa.
— Ella quiere la guerra ?siguió arengando Dunkin a la multitud?, pero nosotros queremos la paz. ¡Aslan es el rey de la paz!
Como si fuese un gran rugido de Aslan, ?al menos eso le pareció al enano? miles de niños gritaron a una sola voz el nombre de Aslan. Jadis, estaba cada vez más furiosa y nerviosa. Le costaba avanzar, porque los niños se agolpaban. Pero al final pudo subirse al estrado donde se encontraba el enano.
Y así, frente a frente se encontraron la bruja y el enano. La multitud de niños que abarrotaba la plaza contemplaba la escena. Al principio los niños no entendían nada y la música y el bullicio continuaron. Pero, poco a poco, un gran silencio se adueñó de todos. Los niños reconocieron que había llegado la Bruja Blanca, de la que tanto les habían hablado. Y no pudieron evitarlo, un gran abucheo brotó espontáneo.
— ¡Fuera, bruja! ¡Vuélvete a tu mundo! ?gritaban unos?.
— ¡Viva Aslan! ¡Viva Narnia libre! ?coreaban otros?
— ¡¡Deja en paz a Dunkin! ¡Viva el enano! ¡Muera la bruja! ?repetían otros?.
Y había otros muchos gritos que aquí es mejor no reproducir, pero que a la bruja no le gustaron nada, claro.
Al principio el ambiente desconcertó a Jadis. Es como cuando tu equipo de fútbol juega en casa del equipo contrario y todas las gradas están animando al otro equipo. Algo así sintió la bruja en medio de esa plaza abarrotada de niños que lanzaban un sinfín de gritos contra ella. Pero más allá del griterío, Jadis comprendió que aquellos niños estaban haciendo una opción radical por Aslan. Y más allá de lo que ninguno de los adultos que los acompañaban, la Bruja Blanca supo que en esos jóvenes estaba en juego el futuro del mundo. Entendió que cada vez serían más y más los que se uniesen a Aslan en este mundo, y en Narnia, si no acababan de raíz con esa rebelión.
— ¡Perded toda esperanza! ?gritó con fuerza la bruja mientras se dirigía hacia el enano Dunkin? ¡Narnia será derrotada! ¡Y tras ella todos los mundos caerán! ¡También vuestro mundo!
Ya te puedes imaginar el griterío que se organizó entre todos los niños. Gritos, abucheos, canciones a favor de Aslan. Pero nada de eso le importaba ya a Jadis. La bruja sabía que era la hora de volver a Narnia y dar el último golpe de gracia al Santuario. Aunque no pudiese ir con el monstruo del lago Ness, nada impediría ya que ella volviese y destruyese el refugio de los rebeldes.
— Dunkin, Dunkin, ?dijo la Bruja Blanca tras un momento de silencio en el que miró penetrantemente al enano? no se puede huir constantemente del destino. Y menos cuando el destino es la muerte.
Entonces la Bruja empezó una especie de danza macabra. Dunkin conocía bien esos movimientos. Jadis estaba empezando a invocar la magia negra para abrir la puerta de fuego entre los mundos. La bruja se contorsionaba como si estuviese poseída por una fuerza maligna. Lanzó un gran grito al tiempo que se movía rítmicamente, como invocando a las fuerzas del mal que habitan en todos los universos. Y en un último movimiento, con un giro vertiginoso que el propio enano no había previsto, se acercó hasta Dunkin y lo agarró por el cuello y le susurró al oído.
— Unidos hasta la muerte, amigo. Mi más fiel servidor.
Jadis entornó los ojos que se volvieron blancos y sin vida, se concentró y musitó unas palabras de magia negra que helaron el corazón de Dunkin. Y volteándose sobre sí misma Jadis dibujó el gran círculo de fuego.
— La puerta está abierta y los viajeros preparados ?dijo Jadis con un gesto de alivio. Se notaba que quería desaparecer cuanto antes de aquel asfixiante mundo?. ¡Volvemos a casa!
En el Santuario, en Narnia, el joven Tumnus, se quedó paralizado y lloraba de miedo al sentir cómo el gran vampiro le agarraba por el cuello. Dunkin sentía también el frío brazo de la bruja que cada vez le agarraba con más fuerza y que parecía que deseaba ahogarle. Y un lamento, casi una oración, se unió a sus lágrimas. Y palpitando con un corazón los dos, Dunkin y Tumnus, cada uno desde un mundo distinto, clamaron al mismo cielo:
— ¡Aslan, ayúdanos!
Capítulo 17 - LA PROFECIA
La mirada del hombre lobo se cruzó con la del joven fauno que lo contemplaba aterrorizado. Y algo ocurrió en lo más profundo del alma del licántropo. Un recuerdo arcano, de cuando era un ser humano, se apoderó de su corazón. Y en los ojos de Tumnus, el hombre lobo descubrió al extraño ser que le estuvo cuidando en su convalecencia. Un sentimiento nuevo, de una feroz misericordia, se apoderó de su alma. Fue entonces cuando descubrió, entre las sombras, que el señor de los vampiros estaba atacando al único verdadero amigo que había tenido en su vida. El corazón humano que habitaba en lo profundo de aquel ser despertó. Una batalla a muerte entre el hombre y el lobo, entre la misericordia y el odio, se entablaron dentro de aquella criatura. Y esta vez, el ser humano ganó la batalla.
Lleno de una feroz rabia el licántropo se puso sobre sus dos piernas traseras y lanzó un terrible grito, que era a la vez desgarrado y lleno de violencia. Era el más terrible aullido que nadie de los que allí estaban había escuchado jamás. Todo el mundo, incluido el señor de los vampiros, se quedó paralizado.
El hombre lobo con una fuerza descomunal se abalanzó sobre el vampiro y los dos salieron rodando entre las mesas de la biblioteca. Tumnus, a resultas del golpe, también voló por el aire y cayó al suelo de bruces. Cuando al fin pudo alzar la mirada, todavía un poco aturdido, vio al licántropo y al señor de los vampiros luchando ferozmente en la sala de lectura de la biblioteca. Saltando de mesa en mesa los contendientes se batían en mortal duelo. Los libros volaban de un lugar a otro, como si fuesen pequeñas aves, que caían desplomadas sobre el suelo. Estupefactos por un momento, los lobos, vampiros y orcos, se pararon porque no entendían nada de lo que estaba pasando. ¿Por qué luchaba el hombre lobo contra el vampiro? Y tras un momento de desconcierto los lobos se pusieron a pelear contra los vampiros, cada uno apoyando a su líder. Y así una gran guerra se abrió entre todos en la biblioteca del Santuario. Los orcos y los gigantes, que no sabían muy bien a quién tenían que apoyar, simplemente se dedicaban a romper todo lo que se encontraban a su paso, especialmente los libros, que no sabían muy bien por qué, pero no les gustaban nada.
Mientras tenía lugar esta batalla en la biblioteca del Santuario, en la gran plaza de Leganés la Bruja Blanca agarró al enano con fuerza por el cuello y le hizo mirar al círculo de fuego que se había abierto delante de ellos. Con una voz gélida Jadis le susurró al oído:
— Puedes llamarle si quieres, pero sabes bien que Aslan no vendrá a ayudarte. Simplemente por una razón ?una sonrisa maligna se dibujó en sus ojos?, solamente porque el gran león se ha olvidado de Narnia. O quizás, ni siquiera existe.
Entonces como una tormenta que empieza a oírse lejana y que va creciendo hasta hacerse una gran tempestad, fuerte como un huracán, comenzó a escucharse la voz de un niño a la que pronto se le unieron cientos y luego miles de voces de otros niños. Era Juan el que cantaba. A su lado estaban María y sus amigos.
— Todo ha ocurrido como nos dijo Dunkin ?comentó María con alegría?. La Bruja Blanca ha caído en la trampa y ha venido aquí para atrapar a nuestro amigo.
— Sí, es el momento de entonar juntos la canción que Dunkin nos enseñó. La que Aslan le reveló a su corazón el otro día. Aunque no sé muy bien cómo puede una canción derrotar a una bruja.
Y así, con voz potente, María y Juan, cantaron juntos, la canción de la esperanza.
La injusticia verá su fin,
cuando Aslan vuelva por aquí
con su potente rugido,
las penas habrán desaparecido,
en cuanto los colmillos muestre,
el invierno estará herido de muerte,
y cuando agite la melena,
regresará la primavera.
Por un momento la bruja pareció desconcertada. Especialmente cuando miró a los ojos del enano y vio una paz y determinación que jamás había visto antes. Dunkin le miró a Jadis y simplemente le dijo:
— Aslan está vivo, más vivo de lo que tú puedes sentir, Jadis. Él me reveló que volverá a Narnia pronto y que acabará con tu reino de maldad. Aunque yo muera, tú ya has perdido. Y nada, ni siquiera la muerte, puede robarme esa esperanza.
Una cálida presencia lo envolvió todo. No estaba allí ni pudieron verlo, pero todos sintieron que en ese canto de los niños Aslan se hacía presente. Aquello no era una simple canción, era un auténtico rugido compuesto por miles de voces. ¡Él estaba misteriosamente allí, infundiéndoles esperanza por medio de ese cántico! Igual que un día Aslan creó el mundo por medio de la música, en ese momento Aslan inspiraba una nueva melodía para devolver la esperanza a Narnia. Miles y miles de voces se juntaron en un único grito que resonó en toda la plaza.
Cuando el Hijo de Adán en carne y hueso
en el trono de Cari Paravel esté sentado
los malos tiempos habrán acabado.
Jadis no entendía nada, pero supo que debía huir de allí lo antes posible. De alguna manera sintió miedo de que el gran León viniese a ese lugar. La puerta para escapar estaba justo delante de ella. El gran círculo de fuego estaba abierto, esperando una señal: que ella le dijese el destino del viaje. Tenía que cruzarlo inmediatamente si no quería que Aslan la atrapase si venía. Así que agarró a Dunkin con fuerza y gritó con toda su alma ¡A Narnia! ¡Al Santuario! Y saltando con el enano se lanzó sobre el círculo de fuego y desapareció en la nada.
En el momento en que la Bruja Blanca pronunciaba su hechizo y decía el lugar al que quería que la magia negra la transportase, se comenzaba a abrir un círculo de fuego en el lugar del destino, en este caso en el Santuario. Primero fue una chispa y luego, poco a poco, el fuego se fue haciendo cada vez mayor. El primero que vio la llama en la biblioteca fue Tumnus, que salió corriendo a por agua para apagarla. Tenía miedo de que se quemasen todos los libros, aunque el destrozo que estaba causando la pelea era ya considerable. Pues, como todo el mundo sabe, el mayor enemigo de los libros y la sabiduría es el fuego. Por eso salió corriendo a por un cubo de agua. Pero cuando volvió se encontró un gran círculo de fuego azul en medio de la biblioteca.
Mientras se abría esa puerta entre los dos mundos, el hombre lobo y el gran vampiro seguían luchando y no había fuerza capaz de parar esa pelea. Y sus secuaces, los vampiros y los lobos, mientras sus jefes siguiesen luchando, jamás pararían tampoco.
El hombre lobo agarró al final al vampiro por sus brazos, que estaban intentando convertirse en alas para escaparse volando, mientras se retorcía buscando hincar sus colmillos en el cuello del licántropo. Forcejeando se aproximaron hasta el borde del círculo de fuego, que cada vez se hacía mayor. Los vampiros y los lobos se acercaron a sus amos en un deseo de ayudarles, aunque no sabían muy bien cómo, y todos se quedaron paralizados en esta pelea final.
El licántropo cogió al vampiro por las alas y gritó con una voz ronca y desgarrada que brotó de su garganta de lobo y corazón humano. Agarró fuertemente al vampiro y Lo lanzó con energía al círculo de fuego.
— ¡Vete al infierno! ¡Vuelve a casa!
El señor de los vampiros se perdió en medio de la nada y desapareció. Y la inmensa mayoría de los vampiros se fueron tras su amo, tragados también por el círculo de fuego.
Después se hizo un largo silencio.
En ese mismo instante la Bruja Blanca atravesaba la nada agarrando con fuerza a Dunkin. Pero algo extraño ocurrió esta vez en el viaje entre los mundos. Como un meteorito que viniese del espacio Jadis pudo ver fugazmente al señor de los vampiros seguido por miles de pequeñas criaturas aladas que se dirigían hacia un lugar desconocido. Una fuerza irrefrenable, de la que no podían escapar, los llevaba hacia el lugar del destino que el hombre lobo les había marcado. Y así, atravesando la nada, los vampiros se perdieron en la oscuridad a la que pertenecían.
En la biblioteca del Santuario, mientras tanto, el círculo de fuego seguía abierto, como esperando el advenimiento de alguien. Y, de repente, saliendo de la nada, aparecieron Jadis y Dunkin en medio de la sala. Todos se quedaron paralizados. Habían visto marcharse al vampiro y sus secuaces y ahora, inesperadamente, en medio del Santuario, aparecía la Bruja Blanca, la señora del invierno eterno.
Dunkin, todavía aturdido por el viaje, miró a su amigo el ratón, el Guardián del Santuario. Una mirada de ternura y complicidad se cruzó entre ellos.
— Traigo a la bruja ?dijo al fin?, pero traigo la esperanza a Narnia. Aslan me ha contado que va a venir pronto y que acabará con el reinado del invierno eterno de Jadis. No temáis, no tengáis miedo. Él me lo ha prometido y su promesa no puede fallar.
Entonces, a través del círculo de fuego, el Guardián, los castores y Tumnus vieron algo que jamás pudieron explicar muy bien. De hecho, el señor y la señora castor se peleaban siempre que recordaban este momento.
— En el círculo de fuego había niños humanos, muchos niños humanos, miles de niños humanos, millones de niños ?decía el señor castor?. Yo creo que era una visión del final de los tiempos.
— Pues no sé, a mí me parecía que es como si estuviesen en una plaza ?matizaba la señora castor?. Lo que sí recuerdo bien era que su canto llenó toda la biblioteca y que todos lo pudimos oír con claridad antes de que el círculo se cerrase y la visión desapareciese.
Y los dos, el señor y la señora castor siempre que recordaban este momento repetían las palabras de la profecía que oyeron a los hijos de Adán y a las hijas de Eva en esa extraña aparición que les había llegado de otro mundo.
Cuando el Hijo de Adán en carne y hueso
en el trono de Cari Paravel esté sentado
los malos tiempos habrán acabado.
La esperanza que provenía de aquel canto se quedó grabado en el corazón de todos los que lo oyeron. Aslan no los había olvidado. Pronto, no sabían cuándo, pero sería pronto, volvería. Y dos hijos de Adán y dos hijas de Eva serían los pregoneros de su venida. Ya no había nada que temer. Nadie podría destruir su esperanza.
Poco a poco el círculo se fue haciendo cada vez más pequeño, las voces de los niños que llegaban del mundo de los humanos se fueron apagando hasta que se convirtieron en un susurro y el círculo de fuego quedó reducido a una simple chispa que se apagó por sí misma.
El hombre lobo, malherido y medio muerto, vio a la Bruja Blanca y recordó el pacto que había establecido con ella de obedecerla y ayudarla en la pelea contra los narnianos. Supo que, si continuaba allí, no le quedaría más remedio que cumplir su mandato o morir. Por ello, lanzando un potente aullido con el convocaba a toda la manada, salió corriendo del Santuario, alejándose lo más que pudo de aquel lugar. Se perdió entre los bosques narnianos acompañado por los de su raza. Este es el origen de la presencia de los hombres lobo en Narnia, que podrás encontrar en el libro El príncipe Caspian de las Crónicas de Narnia, cuando intentan volver a usar la magia negra para convocar a la Bruja Blanca. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otro momento.
En medio de la derruida biblioteca quedaron al fin en pie cara a cara la Bruja Blanca y el Guardián del santuario. Jadis todavía tenía agarrado con fuerza al enano Dunkin. Y unos pasos atrás, escondidos entre las mesas y los libros, el joven Tumnus y los castores observaban lo que ocurría. El minotauro y los orcos flanquearon a su señora, la reina de Narnia, preparados para acabar con la vida de los que allí estaban en cuanto ella diese la orden. La bruja se mantuvo en silencio durante unos instantes, después respiro hondo y finalmente dijo, clavando su mirada en el Guardian:
— ¡Cuánto he esperado este momento! Al fin nos encontramos. Al fin llegó tu muerte.
Capítulo 18 - ESPERANDO SU VENIDA
Lo que vieron el fauno y los castores no lo olvidarán nunca. Se notaba que para Jadis había llegado el momento de vengarse de la traición de Dunkin y de la tensión que le había hecho vivir en el mundo de los humanos. La Bruja Blanca alzó su cetro y con una crueldad inusitada golpeó en la cara al enano.
— ¡Maldito traidor! ?le gritó a Dunkin que cayó al suelo a causa del golpe que le había dado?. ¡Nadie se había atrevido a desafiarme como lo has hecho tú!
El enano miró a la bruja con una dignidad que jamás ella había visto antes. Dunkin no la tenía miedo. Había oído la voz de Aslan y sabía, definitivamente, que el gran león no abandonaría a su pueblo. Sabía que Aslan volvería y salvaría Narnia de la tiranía de la Bruja Blanca. Con la nariz sangrando, Dunkin se puso en pie, alzó de nuevo sus ojos y miró fijamente a la bruja. Jadis no soportaba que nadie le aguantase la mirada. Volvió a golpearlo con fuerza hasta tirarlo al suelo, ante la mofa de los orcos que los rodeaban. Pero Dunkin volvió a levantarse y a mirarle fijamente a los ojos.
— A mí podrás matarme ?le dijo Dunkin tras una breve pausa?, pero la esperanza ha renacido en el corazón de Narnia y ya nada podrá acabar con ella.
Jadis, con un gran grito, lleno de una profunda rabia, lanzó un sortilegio con su centro y Dunkin quedó petrificado, convertido en una estatua de piedra. Tumnus se sobrecogió recordando que a su padre la bruja le había convertido también en una estatua y lo había colocado en su siniestro jardín. Todos se quedaron en silencio y, al fin, Jadis miró fijamente al Guardián del Santuario.
— Ahora es tu turno, rata.
El Guardián sabía que no tenía escapatoria. Sus amigos, Dunkin y Ornius, habían sido convertidos en estatuas de piedra por la hechicera. El Santuario había sido profanado. Las tumbas de los reyes habían sido destrozadas y la mesa de piedra a penas se mantenía en pie. Todo parecía haber fracasado.
— ¡Hay que destruirlo todo! ?grito la Bruja a los orcos? Hay que acabar con esta biblioteca y quemar todos los libros. Son realmente peligrosos porque traen esperanza a la gente. Hay que prohibir que nadie tenga ningún libro que hable del gran león ni del Emperador de Allende los Mares. ¡¡Quemadlos todos!!
Y señalando al Guardián del Santuario, dijo a los orcos con una sonrisa de inmenso odio en su corazón:
— Y a él quemadle también con sus libros. Quiero que todo Narnia oiga sus gritos mientras muere abrasado por las llamas.
La puerta de la biblioteca se cerró con el ratón dentro. El Guardián del Santuario lanzó una última mirada imperceptible hacia el lugar donde estaban escondidos el joven fauno y los castores. Con su mirada les dijo muchas cosas, de esas que no se pueden expresar con palabras. Les dijo no tengáis miedo, no os preocupéis por mí. Les dijo huid, escondeos, salvaos. Les dijo mantened la esperanza. Les dijo os quiero. Ya sabes, ese tipo de mirada que no puedes olvidar. Fue lo último que vieron antes de que se cerrase la puerta de la biblioteca con el ratón dentro.
Tumnus y los castores pudieron salir justo antes de que los orcos bloqueran el portón y prendiesen fuego a la biblioteca por los cuatro costados. Estaban tan ocupados en destrozar todo y encender hogueras que no se dieron cuenta de que el fauno y sus amigos huían de la biblioteca. El fuego comenzó a arder cada vez con más fuerza dentro de la biblioteca. Los libros ardían y las páginas calcinadas volaban por el aire como pájaros de muerte y se posaban en el suelo cubriéndolo todo con su ceniza.
Viendo arder la biblioteca Jadis lanzó una gran carcajada de odio y liberación. Sintió que, al fin, había acabado con todos sus enemigos y que ya nada la impediría ser la reina de Narnia por toda la eternidad. Altiva y fría, su blanca figura se dibujaba contra el rojo de las llamas que se alzaban imponentes. Entonces Jadis se percató de la presencia del joven fauno, el hijo de Ornius. La bruja miró a Tumnus y a los castores. Por un momento también ellos pensaron que iba a acabar con su vida. El joven fauno se puso a llorar de miedo y cayó temblando al suelo.
— Mi joven amigo ?le dijo al fin la bruja?, veo que eres joven y te has dejado aconsejar mal por quienes creías que eran tus amigos. Creo que con todo lo que has vivido ya sabes a quién debes lealtad, ¿no?
Tumnus no se atrevió a decir nada. Al final levantó la mirada y siguió escuchando lo que la Bruja Blanca le estaba diciendo. Sabía que, si no lo hacía, podría desatar su ira. Jadis le tomó de la cara, acariciándosela, y le dijo acercando su rostro al del fauno.
— Si alguna vez te encuentras a un hijo de Adán o una hija de Eva, no tardes en decírmelo. Si no lo haces, ya sabes cuál es el fin que tengo reservado para los que me traicionan.
Y sin decir nada más, Jadis se volvió y salió de las ruinas del Santuario seguida por los orcos y gigantes. El Santuario quedó así sumido en un profundo silencio en el que solo se escuchaba el crepitar del fuego que consumía despiadadamente la biblioteca.
Cuando al final se quedaron solos, los dos castores se acercaron al joven fauno, que no dejaba de llorar, y lo abrazaron con fuerza.
— No temas, Tumnus ?le consoló la señora castor mientras secaba sus lágrimas?. Las profecías se cumplirán, sin duda. Un día vendrán dos hijos de Adán y dos hijas de Eva y este invierno se acabará.
— Sí, todos lo hemos oído ?comentó el señor castor?Ese día será la señal de que Aslan va a volver a Narnia y va a derrotar a la Bruja Blanca. ¿No lo recuerdas? Lo cantaban los pequeños humanos al otro lado del círculo de fuego.
— Sí, sí, lo recuerdo ?pudo decir al fin Tumnus?. Pero ¿quiénes eran esos niños? Sus voces parecían venir de otro mundo.
— Pues no lo sé ?dijo con sinceridad el señor castor?pero de lo que sí estoy seguro es que sus canciones eran verdaderos cantos de esperanza. Y eso es lo que importa. Vengan de donde vengan.
Comenzaron a caer copos en el valle calcinado y en poco tiempo la nieve cubrió con una capa blanca la negrura que había provocado el incendio. Con un caminar cansado y triste los tres volvieron a sus casas, no muy lejos el uno de los otros.
— Tumnus ?le indicó la señora castor al muchacho cuando se despidieron?. Nosotros no vivimos lejos. Cualquier cosa que necesites ya sabes dónde estamos.
— Sí, muchacho ?añadió el señor castor?. Vente con nosotros cuando quieras. Tenemos que ayudarnos unos a otros mientras esperamos la vuelta de Aslan.
Tumnus respiró hondo. Se despidió de los castores, que eran los únicos amigos que le quedaban en Narnia, y se dirigió hacia su casa. No había olvidado el camino. Estaba al otro lado del erial del farol. Aquel que, según cuenta la leyenda, está encendido y alumbra el valle desde la creación de Narnia. Su luz era débil, pero es verdad que nunca se apagaba. Quizás la esperanza fuese algo así, se decía para sí mismo Tumnus mientras sus pezuñas hollaban la nieve. Una luz débil pero que nunca se apaga. Una luz que ilumina las tinieblas más oscuras.
Entonces Tumnus levantó su mirada al cielo y vio que las estrellas empezaban a brillar en la oscuridad de la noche. En poco tiempo el cielo estuvo cuajado de un sinfín de luces que llenaban el firmamento de una belleza inigualable.
Sí, no había duda. Aslan volvería. A los narnianos solo les quedaba mantener viva la luz de la esperanza y no dejar que el frío del invierno la apagase. La primavera se acercaba paso a paso. Nada ni nadie podía detener su avance. Ni siquiera la Bruja Blanca.
— ¡Hey! ¡Tumnus! ?una voz sacó al joven fauno de su ensimismamiento?.
— ¡Por el gran león! ?gritó Tumnus dando un salto de alegría? ¡Pero si es el Guardian! ¡Has escapado con vida de las llamas!
— ¡Shhhh! ?le indicó el ratón haciéndole una señal de que bajase la voz? ¡No grites, muchacho, si no quieres que nos descubran! Sí, he escapado de la quema. Soy lo suficientemente pequeño como para encontrar un pasadizo por donde esconderme del fuego.
— Entonces… ¿vas a volver a organizar un ejército para luchar contra la Bruja Blanca?
— No, mi joven amigo. Me temo que eso ya no es posible. Solo nos queda esperar a que Aslan vuelva. No serán nuestras fuerzas, sino su presencia, la que nos devuelva la primavera ?dijo con un semblante serio el ratón?. Solo quería que supieses que estoy vivo y que estaré siempre contigo cuando me necesites.
— Y entonces… ¿qué hemos de hacer mientras tanto? ?preguntó el fauno?.
— Nuestra misión ahora es mantener viva la esperanza en todos los corazones ?contestó el ratón?. Contar a todos las profecías que hemos oído y transmitirlas de generación en generación. Y escribirlas en libros. Hemos de volver a escribir la biblioteca que la bruja destruyó. Hay dispersos muchos libros en las casas de los narnianos. Podemos copiarlos y distribuirlos en secreto.
El ratón salió corriendo alegremente en la dirección opuesta a la que llevaba Tumnus. Se notaba que quería evitar ser visto. Si descubrían que seguía vivo, la bruja buscaría su muerte y volvería a atacar con renovada furia a los narnianos. El fauno se quedó mirándolo mientras se alejaba. Finalmente, antes de que Tumnus le perdiese de vista, el Guardián del Santuario se volvió y le dijo a su joven amigo:
— No lo olvides. Los ratones siempre estaremos ahí, para luchar por el gran león. No te dejes confundir por nuestra pequeñez. Lo que importa de verdad es el tamaño del corazón.
Y dando pequeños saltos, el ratón se perdió entre la nieve.
***
— ¿Y qué haremos ahora con todos estos alimentos si no los podemos enviar a Narnia? ?preguntó María a Juan, viendo los cientos de cajas que habían recogido en esa jornada?.
Juan se quedó mirando a su joven amiga. Efectivamente vio que los niños habían traído gran cantidad de alimentos para ayudar a los narnianos que estaban asediados por la bruja y su ejército. Pero ahora no tenían forma de hacerles llegar todos esos alimentos.
— Pues seguro que hay gente que los necesita por aquí ?dijo al fin?. Creo que a Aslan también le gustaría que hiciésemos eso. ¿No habías dicho tú que había que vencer al mal con el bien?
— Sí, claro ?dijo María con una sonrisa luminosa en sus labios?.
— Pues entonces empecemos con eso. Luego ya se nos ocurrirán más cosas que podemos hacer.
— Y chocando las manos Juan, María y sus amigos lanzaron un gran grito de guerra y una sonora carcajada.
— ¡Por Narnia! ¡Por Aslan!
LAS CRÓNICAS DE NARNIA, UN CLÁSICO DE LA LITERATURA INFANTIL
En 1948 C. S. Lewis escribió el libro «El león, la bruja y el armario», con el que comenzó su célebre obra «Las crónicas de Narnia». Siete libros en los que el autor nos traslada a un mundo imaginario habitado por todo tipo de personajes fantásticos – brujas, faunos, gigantes, orcos… – y en el que el verdadero protagonista es el gran león Aslan gracias al cual todo ese mundo fue hecho.
LAS CRÓNICAS DE NARNIA, UN CLÁSICO DE LA LITERATURA INFANTIL
La intención de Lewis al escribir «Las crónicas de Narnia» fue la de reimaginar el mensaje cristiano en una obra de fantasía para niños. La idea se originó con ocasión de que, entre los años 1940 y 1942, en su casa de Oxford se hospedaron unas chicas evacuadas de Londres a causa de los bombardeos durante la Segunda Guerra Mundial. Ellas fueron las destinatarias de la primera versión de «El león, la bruja y el armario». Lewis pensaba que, durante su niñez, sus creencias religiosas no se habían desarrollado adecuadamente al intentar imponerle determinados sentimientos. Con esa experiencia suya en la mente compuso sus historias: suponía que, si los niños llegaban a querer y admirar a Aslan por sí mismo, tendrían más fácil el camino para luego amar y admirar a Jesucristo.
Desde entonces «La crónicas de Narnia» se convirtieron en un clásico de la literatura infantil de fantasía, acogiendo su auge mayor en esta útlima etapa gracias a la serie de películas producidas por Walt Disney.
UN PROYECTO EDUCATIVO
Síntesis del proyecto «Viaje a Narnia»
«Viaje a Narnia» surge a raiz de la obra de C.S. Lewis. Se estructura en torno a la idea de que los alumnos puedan revivir durante un día los libros de «Las crónicas de Narnia» y llegar así, de una manera experiencial, a comprender lo que el autor pretendía con su obra.
UN PROYECTO EDUCATIVO
Por medio de la música, los juegos, la reflexión y la lectura, los chicos y chicas de diferentes colegios, se trasladan por un día a un lugar de nuestra geografía que evoque la tierra de Narnia. Se convierten en los personajes de la historia y viven sus aventuras.
UN PROYECTO PARA ADOLESCENTES
La edad para la que está programada el proyecto es la de 12-13 años, los cursos de sexto de primaria y primero de la ESO.
UN PROYECTO PARA ADOLESCENTES
Elegimos esta etapa de inicio de la adolescencia, por ser una etapa clave en la vida y formación de nuestros alumnos. Un momento en el que se abren a la vida, y que, al menos de una forma sencilla, queremos facilitarles claves para vivir esa nueva etapa, desde los valores que encarna esta obra: la amistad con jóvenes de otros lugares, la conciencia de trabajar por el bien en nuestra sociedad, el conocimiento de nuestra historia y patrimonio…
A la vez que faciltamos puentes entre dos etapas educativas, primaria y secundaria, cuyo salto supone un momento importante para los alumnos.
OBJETIVOS EDUCATIVOS
Los objetivos educativos que merece la pena resaltar son los siguientes:
OBJETIVOS EDUCATIVOS
- Promoción de la lectura.
- Conociemiento y relación con alumnos de otros centros.
- Conocimiento de nuestra Historia y Patrimonio.
- Conocimiento adecuado a su edad de los principios generales del Cristianismo.
PRESENTACIÓN VIAJE A NARNIA 2025
Proximamente podremos aqui la presentación de Viaje a Narnia 2025.
NO TE DEBES OLVIDAR
MATERIAL NECESARIO PARA LA ORGANIZACIÓN DE NARNIA
PREVIO A LA ACTIVIDAD
Formulario de autorización de cada alumno/a.
Ficha de participación en el evento.
PARA LA ACTIVIDAD
Dos bolsas de basura (una para recoger restos del almuerzo al llegar y otra para recoger restos de la comida)
Una bandera al menos por centro. Se puede hacer una por cada grupo (aproximadamente de 20 alumnos) que participe.
Una cinta de 50 cm. para cada alumno para participar en el juego de la batalla final. Roja para los de primaria, azul para los de 1º de ESO y blanca para los monitores.
La organización facilitará una camiseta por alumno, carteles del evento para poner en los centros y autobuses y un tríptico por cada veinte alumnos para poder seguir los juegos en grupos de veinte (aproximadamente).
El profesor debe tener su móvil activo durante la actividad para la coordinación de las distintas actividades.
MODELO DE AUTORIZACIÓN
"Viaje a Narnia ha sido espectacular en el Seminario de Rozas! Con muchas ganas de que sea presencial la próxima! Gracias y un saludo"
"Muchísimas gracias por todo, los niños están disfrutando muchísimo de las actividades y he vuelto a ver alegría en ellos. Así que damos gracias a Dios por vuestro trabajo y dedicación que habéis hecho posible este Viaje a Narnia. Un abrazo enorme"
"Felicitaros a todo el equipo por el magnífico trabajo que nos habéis hecho llegar en esta nueva edición de Viaje a Narnia. Muchísimas gracias porque hay mucho trabajo detrás: la página web, el canal de Youtube, las actividades programadas, las camisetas, las mascarillas, etc... de verdad, que están fenomenal. A nivel personal, os comparto que está haciendo mucho bien a mis chicos. Están disfrutando mucho de Aslan y todo lo que conlleva hoy día, toda la vivencia de la fe en la pandemia... Ojalá se encuentren con Él porque este tiempo tan duro ha borrado mucho en ellos la cercanía de Jesús. GRACIAS nuevamente y espero que una vez que finalice todo, descanséis. Un abrazo fuerte y en comunión. ¡Por Narnia, por Aslan y por Jesús!"
"Qué laborón, ánimo y oraciones de mi parte"
"Enhorabuena por vuestro trabajo en la organización de Viaje a Narnia en estas circunstancias. Estamos disfrutando de todos los materiales que habéis preparado con mucha ilusión"
"En las clases de 1º ESO durante toda la semana dimos la Unidad didáctica VIAJE A NARNIA 2021. Los niños muy felices y... unidos a Aslan"
AÑOS ANTERIORES DE VIAJE A NARNIA
Aquí puedes ver lo que hemos hecho en Viaje a Narnia en años anteriores y que esperamos podamos volver a hacerlo pronto y mejor.
Viaje a Narnia 2024
Cerca de 5.000 alumnos se reunieron en la Granja de San Ildefonso (Segovia) para ayudar al príncipe Caspian a luchar contra el Rey Miraz y la Bruja Blanca, a la que había convocado con la magia negra. En esta ocasión previamente a la actividad los personajes de Narnia grabaron videos para convocar a todos los niños a luchar contra el mal. En ellos podemos ver mensajes de esperanza y de lucha contra el bien, pero también la tentación que nos intenta atraer hacia el mal.
Viaje a Narnia 2023
Aquí podéis disfrutar y recordar nuestro Viaje a Narnia del año 2023 en el que revivimos el libro El león, la bruja y el armario. El video se centra principalmente en la batalla final que cierra todos los años la actividad. Se pueden ver en el video algunas de las personas que nos acompañaron en esta edición y que nos ayudaron a derrotar a la Bruja Blanca como son el cantante rapero Grilex y los padres de Ignacio Echeverría, el héroe del monopatín.
Un total de seis mil participantes pudieron disfrutar de una jornada llena de emoción y aprendizajes educativos. Especialmente emocionante fue el poder compartir con los padres de Ignacio la exposición de los objetos que acompañaron a este joven madrileño a lo largo de su vida y los reconocimientos por su acto heróico al enfrentarse a los terroristas yihadistas y salvar la vida a una joven que estaba siendo apuñalada.
Un ejemplo de entregar la vida, al igual que Aslan, que nos remite a los orígenes del propio cristianismo, recordando a Jesús de Nazaret.
Viaje a Narnia 2022

Viaje a Narnia 2021
CANCELADO POR COVID
Se realizo ONLINE y cada Colegio en su Centro.

Viaje a Narnia 2020
CANCELADO POR COVID
Viaje a Narnia 2019

Viaje a Narnia 2018

Viaje a Narnia 2017
Viaje a Narnia 2016

Viaje a Narnia 2015
Viaje a Narnia 2014
Viaje a Narnia 2013

Viaje a Narnia 2012
HIMNO OFICIAL DE VIAJE A NARNIA
Aquí puedes ver el videoclip y aprenderte nuestro himno oficial.
Y si quieres te bajas los acordes para tocarlos desde aquí.
NOTICIAS DE VIAJE A NARNIA
Échale un ojo y mantente al día de las novedades de VIAJE A NARNIA.
Noticia en Revista DEBATES
admin2025-06-26T17:21:23+00:00junio 26th, 2025|
Noticia publicada en DEBATES - Revista del Consejo Escolar de la Comunidad de Madrid Ver Noticia
Los hermanos Pevency Viaje a Narnia 2024
admin2024-04-09T22:12:52+00:00abril 9th, 2024|
Los hermanos Pevency Los hermanos Pevency van a ayudar a Caspian y nos animan a tener fe y que esa luz guíe nuestras vidas. >> [...]
La Bruja Blanca Viaje a Narnia 2024
admin2024-04-09T22:07:46+00:00abril 9th, 2024|
La Bruja Blanca La Bruja Blanca nos anima a seguirle a ella y hacernos ricos, poderosos y fuertes. >> Visítalo en YOUTUBE <<<
Caspian Viaje a Narnia 2024
admin2024-04-09T22:03:20+00:00abril 9th, 2024|
Caspian Caspian huye al bosque y descubre que las historias de Narnia son verdaderas. >> Visítalo en YOUTUBE <<<
El Rey Miraz Viaje a Narnia 2024
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El Rey Miraz El Rey Miraz busca a Caspian y nos dice que todas las historias de la fe son mentiras. >> Visítalo en YOUTUBE [...]
JUAN AYUSO estará en Viaje a Narnia 2022
admin2022-02-13T23:45:00+00:00febrero 13th, 2022|
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Aquí tenéis un vídeo para promocionar la asignatura de religión entre vuestros alumnos.
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DELEGACIÓN DIÓCESIS DE GETAFE
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Teléfono: (+34) 916 951 019
Email: info@viajeanarnia.es
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